PACHUCA, 14 enero 2020 (AP).- En Huasca de Ocampo, un pueblo pintoresco enclavado en la Sierra de Pachuca, los duendes se han convertido en protagonistas de un sinfín de travesuras, bromas y objetos perdidos, al grado de sorprender a más de uno y hacer dudar a muchos escépticos. La razón es simple pues en este misterioso lugar, que forma parte del Corredor de la Montaña hidalguense, los traviesos o mejor dicho malvados duendes, suelen desaparecer las carteras, las llaves del automóvil o los calcetines de quienes por curiosidad llegan a visitarlos.
Pero, al parecer, lo que más disfrutan es trenzar el cabello como lo hacen con las crines y las colas de los caballos, pues en las noches dejan unos trabajos en forma de columpios que son todo un arte, incluso difíciles de hacer para un estilista profesional, comenta Cristina Cortés de Herwing. Esas historias y leyendas son el motivo por el que el Museo de los Duendes abrió sus puertas hace 15 años. Se trata de una casa de madera instalada en medio del bosque, parecida a la de los cuentos, con abundante heno colgado sobre las ramas de los árboles.
Compuesto por tres salas, el recinto tiene una colección muy amplia de figuras de duendes, elfos, trolls y hadas; además cuenta con fotos, testimonios y los famosos “trenzados” elaborados por los propios “niñitos” para jugar. Todo como prueba de su existencia en los alrededores de este Pueblo Mágico.
Para Cortés de Herwing, todo empezó cuando, en 1999, dos mujeres jóvenes murmuraban acerca de lo que los “chamaquitos” les hicieron la noche anterior y, al tratar de despejar sus dudas conversando con ellas, descubrió que todo se trataba de duendes y quedó sorprendida. Sin embargo, a partir de este suceso, se enteró que el rancho que habitaba desde cinco años atrás guardaba relatos de estos seres fantásticos y su inquietud la llevó a investigar con la gente y observar todo aquello que la condujera a los “niñitos”.
El 5 de febrero del 2000, Cristina Cortés, cortó la primera trenza que apareció en el crin de ´Bandolero´, uno de sus caballos favoritos, que a pesar de verlo seguía sin creer ya que es estilista de profesión y sabe lo que cuesta trabajar con cabellos humanos y todavía más con cerdas tan rígidas y difíciles de manejar. Desde entonces ha dedicado parte de su vida a indagar en el tema. Preguntó a todos aquellos que se encontraba en su camino, sobre todo a las personas mayores.
El reto entonces comenzó para documentar la información con testimonios y evidencias reales, lo que significó muchos años de investigación empírica para dejar atrás el mito y darle vida a cada relato reunido en el Museo de los Duendes.
Se cuenta que hace tiempo una niña, acompañada de sus abuelos, vistió el museo y desde entonces jugaba constantemente a decir que ella era un duende, pero nunca imaginó que el abuelo ya lo había visto porque le cerraba las llaves del agua y le escondía las herramientas. Se dice que un día el señor pidió a su “amiguito” hacerse presente sin asustar a su nieta que se había quedado dormida frente al televisor, y al despertar y tocar su cabello se encontró con un trabajo hecho por el duende. La pequeña estaba tan contenta y convencida, que al otro día llevó el fleco de su cabello al museo.
En 1994 ocurrió uno de los casos con mayor eco en el poblado. Un grupo de jóvenes fue de campamento al bosque, donde se encontraron con varios duendes haciendo una “fiesta”. Tras quitarse el miedo y aceptar la invitación de pasar toda la madrugada con los duendecillos, éstos les dijeron que no se hacen presentes a todos los humanos porque regularmente los agreden y los exhortaron a cuidar la naturaleza.
Así, Cristina recopiló cientos de relatos que sucedieron a niños, adultos y ancianos que de alguna forma fueron tocados por estos seres mitológicos, mágicos y difíciles de ver, incluyendo las crines trenzadas de caballos. También escribió el libro “Duendes… Con las Crines en las Manos”, que en su interior hay dibujos, fotografías de los famosos “columpios” y 58 testimonios de distintos lugares de la República Mexicana.
El Mueso de los Duendes es parte del atractivo del desarrollo ecoturístico Barranca Honda, localizado en el kilómetros 2.5 de la carretera Huasca-Tulancingo, San Miguel Regla, que está rodeado de un paisaje natural impresionante y ofrece una caminata nocturna en el bosque para llegar al “Árbol de los Deseos”, donde se relatan historias de duendes y hadas.
Fotos: LNN