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jueves, 26 de agosto de 2010

Vendieron la aerolinea Mexicana, en 80 dólares.


CIUDAD DE MÉXICO, 26 agosto 2010 (Carlos Loret de Mola / El Universal).- El conflicto que tiene a la aviadora Grupo Mexicana al borde de la quiebra es una cortina de humo lanzada por sus anteriores dueños y mantenida por los nuevos, quienes compraron la empresa a un precio de risa.
El grupo está integrado por tres aerolíneas: Mexicana de Aviación, Mexicana Click y Mexicana Link. Desde que Grupo Posadas adquirió este conglomerado en noviembre de 2005, Mexicana de Aviación, la marca emblema, era la menos rentable de todas debido sobre todo al contrato colectivo de trabajo de pilotos, sobrecargos y personal de tierra, con conquistas laborales de hace décadas que representaban prestaciones y jubilaciones onerosas.
En cambio, Click y Link, apenas fundadas, han generado mucho mayores ganancias pues su contrato colectivo de trabajo —por lo mismo de ser reciente— no lleva una carga económica fuerte y está firmado con un sindicato cómodo para los propietarios de las aerolíneas.
Grupo Posadas, ante esta diferencia de rentabilidad, decidió quebrar la parte de Mexicana de Aviación y dejar el negocio en Click y Link: trasladó poco a poco el boletaje, las operaciones y los vuelos más rentables a las dos aerolíneas nuevas y dejó a la vieja lo que no era negocio. Una quiebra intencional, pues.
Este plan de negocios tiene lógica y parece jurídicamente válido, pero políticamente inviable. Los poderosos sindicatos de pilotos, sobrecargos y personal de tierra de la antigua Mexicana, lograron evidenciar públicamente cómo la empresa marchaba por buen rumbo mientras sus dueños fingían una crisis para aniquilarlos y desentenderse de sus responsabilidades con los empleados.
A Grupo Posadas no le salió: el gobierno se les puso en contra cuando se dio cuenta de que sin justificación real dejarían a más de 8 mil ciudadanos al desempleo, American Express dejó de hacer operaciones con ellos por miedo a que no les pagaran, Banorte hizo lo propio con un fideicomiso que tienen ahí y el golpe mortal lo dio la asociación IATA cuando dejó de expedirles boletos por miedo a que nunca les saldaran.
Los de Posadas se hartaron y de sorpresa se arreglaron con un consorcio llamado Tenedora K, cuyos socios tienen contratos de locales comerciales en el aeropuerto del DF. Les vendieron Grupo Mexicana en mil pesos. Sí. Mil pesos: 80 dólares.
Tenedora K quiere correr a todos los de Mexicana de Aviación sin liquidarlos conforme a su contrato colectivo, recontratar al 25% con menos salarios y prestaciones como en Click y Link, y despegar con un nuevo modelo de negocios.
Si no les sale, habrán perdido esos mil pesitos y lo que le están invirtiendo en estos días para mantenerla con vida con el mínimo de vuelos (serían 3 o 4 millones de dólares, que para ellos es pelo de gato); si les sale, habrá sido un negocio redondo, casi “de saliva”: habrán comprado Grupo Mexicana en mil pesos.

Foto: JetPhohotos


Logotipo: Mexicana / GMM

Esclava de “Los Zetas”: una historia desde adentro

CIUDAD DE MéXICO, 26 agosto 2010 (EL Universal).- Marisolina no tenía parientes en Estados Unidos y mucho menos en El Salvador que quisiera pagar 3 mil dólares para que Los Zetas, que la tenían secuestrada, la dejaran libre. “Con algo nos vas a tener que pagar güerita”, la amenazaban los primeros días de cautiverio.

No hubo nadie que respondiera por ella. Antes de la semana de que la “levantaron” de la orilla del tren, en Coatzacoalcos, Veracruz, la convirtieron en la cocinera de los migrantes secuestrados y de los jefes de casa de seguridad. “Al principio sólo les cocinaba pero cuando me agarraron confianza me dieron su ropa para que se las lavara”, relata.

Una noche, al terminar de servir la cena, el hombre, a quien todos apodaban El Perro, que era como el jefe de la casa de seguridad, se emborrachó, se metió mucha cocaína y le pidió que se sentara a platicar con él. En ese momento le preguntó: “Güerita: ¿sabes porque traigo la ropa tan sucia?

Marisolina recuerda que le tenía mucho miedo a ese hombre porque siempre traía una arma colgando y maltrataba mucho a los migrantes. “Le dije que imaginaba que arreglaban las camionetas en las que trasladaban a los centroamericanos”.

El Perro soltó tremenda carcajada y dijo: Yo soy el carnicero. No hago nada de mecánica. Mi trabajo es deshacerme de la basura que no paga.

Atemorizada aún, relata aquel momento: “De manera burlona y sin ningún remordimiento me contó que él era el encargado de matar a los migrantes que no tenían para pagar el rescate. Dijo: primero los hago en cachitos para que quepan en los tambos y luego les prendo fuego hasta que no queda nada de esos pendejos”.

Esa noche no pudo dormir. Estaba atenta a cualquier ruido. Escuchó entrar y salir gente de la casa pero no tuvo el valor de asomarse a ver qué pasaba. A la mañana siguiente El Perro, le dio a la lavar la ropa.

Guarda silencio unos minutos antes de continuar su relato. Sin parar de llorar cuenta: “Yo lavé, muchas veces, la sangre de esa gente. Al tallar la ropa salían los pedazos de carne. Todo olía a hollín, que para mí, eso significa olor a muerte”.

Marisolina estuvo tres meses bajo el cautiverio de un grupo que se hacía llamar Los Zetas. Ya sea en sus parrandas o en las reuniones para arreglar negocios, ella era la encargada de servirles la comida a los jefes. “Cuando se juntaban los escuchaba decir que Los Zetas era un organización muy respetable. A veces me llevaban a un hotel que rentaban en Coatzacoalcos. Ahí pude identificar la cadena de mando de La compañía como ellos le decían a su organización”.

Los soldados, revela, eran los que cuidaban de día y de noche a los migrantes. “Luego estaban los Alfa, a ellos los escuché muchas veces hablar con los policías, con los de migración o con los maquinistas. Ellos les avisaban cuando venía un grupo numeroso de centroamericanos en el tren, o cuando los habían detenido.

Tratando de disimular el acento salvadoreño, recuerda haber ubicado a seis carniceros, uno por cada casa de seguridad. “Arriba de los carniceros estaban los meros jefes, ellos daban orden de cuántos desaparecer”.

Se cubre el rostro al recordar que ella conocía a muchos de los desaparecidos. “Un día me ordenaron que subiera la comida a un cuarto al que nunca había entrado. El puro olor de ese lugar me hacía llorar. Ahí tenían a los amarrados. Ellos eran los que no podían pagar y estaban en la lista para ser asesinados. Los tenían cubiertos de los ojos y esposados de las manos. Ya no salían de ahí más que para morir. A muchos les di de comer en la noche y a la mañana siguiente ya no estaban. Y entonces subían a otros. Vi desaparecer a muchos. Y me duele que no pude ayudar a ninguno, aunque muchos me suplicaban”.

Una noche, tras un operativo del Ejército en una de las casas de seguridad de Los Zetas, donde rescataron a otros migrantes, El Perro le pidió a Marisolina y a una amiga que lo acompañaran a comprar cigarros y refrescos. Afuera de una tienda las dejaron ir, no sin antes advertirles que no dejaran que su boca las matara.

Largas caminatas, días y noches sin comer, precedieron a la denuncia de su cautiverio bajo el mando de Los Zetas. “No queríamos hablar con la policía porque no confiábamos en nadie. Accedimos porque la gente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, que nos ayudaron mucho, dijeron que nuestro testimonio podía servir para evitar que otra persona sufriera lo mismo que nosotras”.

Pero la peor decepción vino después cuando personal de la Procuraduría General de la República les informó que su situación de víctimas cambiaría a la de indiciadas porque “existía la sospecha de que fuéramos gente de Los Zetas, no podían creer que después de conocer la forma de operar de estos criminales, nos hubieran dejado libres así nomas”.

Foto: El Universal