CIUDAD DE MÉXICO, 8 diciembre 2011 (Excelsior).- El pasado 21 de noviembre, Eileen Morán perdió a su perro, de nombre Nina, y de inmediato se dio a la tarea de sacudir las redes sociales en busca de ayuda.
La internauta subió a su cuenta de twitter la desesperada búsqueda del perro, e inmediatamente comenzó a difundirse.
El milagro, luego de la movilización de cientos de personas, ocurrió. La perra apareció y su dueña además de agradecimiento tiene una crónica para ti:
Cuando te sientas a escribir una crónica a la que ya todo el mundo le conoce el final feliz, tienes tres opciones:
1) Embarrar de ficción toda la parte de en medio Televisa style, inventándole vericuetos y fondeando con violines todos los reveses para entretener al pueblo.
2) Hacerle a la mamada Guillermo Arriaga style cortando la historia en veinte pedazos y reinventar su cronología de manera arbitraria para entretener al seudointelectual.
3) Ir al grano y limitarte a describir los hechos para enterar a los miles de involucrados sobre cómo su ayuda hizo toda la diferencia.
Cómo no tengo tiempo para la segunda ni la capacidad de síntesis para la tercera, prometo no clavarme demasiado ejecutando la primera, pero sin la ficción: esta historia inverosímil tiene argumento de sobra con los hechos reales.
ADVERTENCIA: Cuando dije que no sé sintetizar, no estaba bromeando. Si le interesa solamente la parte donde (después de una conmovedora acción colectiva) Nina es recuperada el lunes 21 de noviembre, pase directamente a la sección titulada: La ráfaga.
VIDA DE PERROS
Deben saber que para cuando adopté al pinche perrito de la calle (así le digo de cariño, en serio) a sus dos meses de edad, ya se cargaba un karma de mártir que hubiera dejado a los creadores de María la del Barrio y Buscando a Nemo pensando seriamente en dedicarse a otra cosa.
Antes de saltar de la ventanilla de un coche en movimiento el domingo 20 de noviembre, Nina ya había realizado varios stunts:
-Aplicó la gran Houdini llorando a todo pulmón hasta que la rescataron de la caja sellada donde había sido puesta a morir junto con su hermana en el basurero de un mercado de Naucalpan.
-A diferencia de otros miles de perritos de la calle, se las ingenió para hacerse de un hogar adoptivo. Esta es la cara de mustia con la que me robó el corazón por correo electrónico en junio de 2009.
-Sobrevivió un temprano cuadro de epilepsia canina a los cuatro meses de vida (mismo que, déjenme les cuento, salió más caro que lo que se ha gastado el peor de ustedes en el peor de sus guateques).
-Cuando me tuvo completamente embobada, libró las intenciones de unos robaperros de la Roma, que ya habían conseguido amarrarla por las patas y el hocico cuando el poli de mi condominio llegó para liberarla (y no, no fue mi culpa. A la señora que limpiaba mi casa en ese entonces también le aplicó la gran Houdini).
-Sobrevivió con gracia una primera caída de la ventanilla de un coche en movimiento en la carretera a la Marquesa.
-Logró conservar el dedo gordo de su pata delantera izquierda luego de un inexplicable accidente hace un par de meses.
Por supuesto, cuando mi mamá me llamó para decirme que Nina había saltado por la ventanta de su coche, lo primero que llegó a mi mente fue “pinche cachorro” y lo segundo fue, la verdad, bastante gore.
Vi pedazos anónimos de perrito de la calle siendo aplanados reiteradamente sobre el carril central del Viaducto.
Vi a los robaperros de la Roma agarrándola para peleas caninas (porque ps la verdad la muchacha tiene talento).
Vi taqueros de la Narvarte adobando sus muslitos flacos y sirviéndoselos con piña y harta salsa a algún borracho.
Peor aún: vi señoras popis de la Condechi poniéndole moños rosas sobre las orejas y chamarras de piel miniatúricas para luego rebautizarla con algún nombre poco digno para un perrito de la calle, como “Camila” o “Daisy”. Gore, les digo.
Lo que no vi venir para nada fueron los más de 400 RTs que recibiría la llamada de auxilio que tardé casi una hora en redactar entre mocos, sollozos y la herida abierta de todas mis pérdidas juntas.
Mucho menos imaginé la lluvia de menciones, llamadas y correos electrónicos ofreciendo ayuda, consejos prácticos, información, apoyo moral y razones para confiar en que Nina y yo, de alguna manera, volveríamos a encontrarnos.
LA MOVILIZACIÓN
Algunos de ustedes salieron a recorrer las calles con sus perros, sus coches, sus bicicletas y sus smartphones en mano. Otros se ofercieron para diseñar flyers. imprimirlos e interrumpir sus actividades de fin de semana para tapizar las calles con la cara de Nina y los teléfonos. Miles más retuiteaban o creaban tuits originales, subían la fotografía a Facebook o la ponían como avatar y foto de perfil.
Fue un tal Mario quien, sin conocerme, decidió que valía la pena intensearle a una tal Martha por el interfón.
-Guey, hay un perrito todo sacado de pedo en tu jardinera. No se deja agarrar, está cagado de miedo. A ver si tú puedes, tú que quieres a los animalitos.
- ¿Es en serio? A ver. Su puta madre…
Con tres perros adoptados y medio fastidiada de tener que seguir haciéndole a la madre Teresa de Condesa porque algún hipster olvidó ponerle placa a su perro, Martha bajó a la pinche jardinera, amarró a Nina con una cuerda como pudo y la metió a su casa.
Mientras tanto, en Twitter.com, la participación organizada de una comunidad “virtual”, la empatía de miles y un par de horas pegando flyers con Claudia y Sara habían bastado para convertir la búsqueda del perro de una mortal con menos de 3,000 followers en trending topic nacional.
Claro que semejante nivel de atención tiene su precio: no faltó quien presumió habérsela comido en unos tacos, quien juró que él mismo la había atropellado o quien aseguró haberla visto a dos calles de mi casa, sacándome de la cama ya entrada la noche sólo para descubrir una pista falsa.
Para ellos tengo un mensaje: Putos.
LOS FLYERS ANÓNIMOS
Una noche mal dormida quedaba atrás y yo despertaba a la continuación de la pesadilla.
En mi pesimismo temí que, si Nina estuviera viva, era posible que quien la encontrara no tuviera acceso a las redes sociales. Entonces puse a prueba la disposición de la gente en un nuevo nivel: los invité descargar el flyer de búsqueda, imprimirlo y salir a la calle –sin importar la zona de la ciudad- para que no quedara una colonia en el DF donde no hubiera una foto de Nina.
Después seguí haciendo lo que había que hacer sin mucha fe. “Si no la vuelvo a ver, por lo menos me quedo tranquila por haber hecho todo lo que tocaba.” Me bajé del coche a pegar flyers en la Del Valle para descubrir que alguien había estado ahí antes que yo. Alguien que jamás nos ha visto a Nina ni a mí en persona había renunciado a su día de asueto para imprimir el flyer y salir a pegarlo por la zona de búsqueda. Y ese alguien era, en realidad, uno de muchos.
Fue en ese momento, con los ojos llenos de lágrimas, que pensé por primera vez en la posibilidad de volver a ver a Nina. “Si otro ser es capaz de regalarme su ayuda desinteresada por puro amor a la vida, cualquier cosa es posible. “ (Trillado, cliché, sí. Pero eso fue lo que pensé).
LA RÁFAGA
Mientras tanto, en otro rincón de la ciudad, Laura cruza Avenida Chilpancingo tras haberse procurado un plato de comida de caridad, que normalmente recibe de alguno de los restaurantes del área. No cuenta tantos años como aparenta, pero su rostro luce avejentado por la vida de calle. Sus manos, anquilosadas por la artritis.
Está sentada en los escalones de un edificio condominal cuando una afortunada ráfaga de viento lleva hasta sus pies un pedazo de papel. Es un anuncio de búsqueda. “La gente no debería arrancar estas cosas de la pared, ¿si no, cómo van funcionar?”, piensa.
No lo mira con mucho cuidado, pero lo mete al bolsillo de su chamarra de segunda mano.
Pocos minutos después, Mario cruza caminos con Laura y le hace conversación para amenizar su comida. Segura de que Mario tedrá mejor oportunidad de ayudar que ella, le entrega el flyer. Mario identifica inmediatamente a Nina y corre a avisarle a Martha. Recibí su llamada no más de tres minutos después de haber recuperado la esperanza de volver a ver al pinche perrito de la calle. Me la devolvieron con la cola fracturada y un hambre de dos días, pero viva. Conmigo.
No sé si esa ráfaga de viento fue un afortunado incidente meteorológico o la energía de miles de personas creyendo que era posible.
No sé si el flyer que voló oportunamente hasta la persona correcta en el momento correcto fue uno de los que distribuí con mi familia y amigos o uno de los distribuidos por los detectives anónimos de Twitter.
No importa si no sé. Importa que sucedió.
Doña Laura no pidió la recompensa. Se la di de todas formas, disculpándome por no poder darle más. "Qué importa cuánto me des. Para mí está bien porque igual no esperaba nada."
Martha me REcagoteó por traer a Nina sin placa (mea culpa).
Mi mamá (que jamás perdió la fe, quien no se separó de mí ni un momento y a cuya perseverancia dedico este post) me dijo: “¿Viste lo que acaba de pasar? Ahora dime: ¿ya puedes aprender a creer?”
Cuando te detienes a tratar de agradecer la materialización de lo improbable a quienes hicieron posible que estés contando un final feliz, tienes tres opciones:
1) Hacer una lista que incluya cada una de las personas a quienes les quieres agradecer, como hacen en los Óscares pero sin la parte en la que haces el oso en la tele dejando fuera a los más importantes.
2) Ponerte ridículamente cursi (como si la gente todavía estuviera para tus payasadas luego de tres cuartillas y media) en un sentido agradecimiento colectivo por devolverte al único ser que te ha amado incondicionalmente.
3) Correr el riesgo de cerrar con una frase honesta, clara y representativa de lo que te llevas de esta experiencia (además de haber recuperado a tu pedacito peludo de karma).
Cómo no tengo tan buena memoria para primera ni descaro para quitarles más tiempo con la segunda, espero que la tercera le haga justicia a lo que siento por ustedes después de tanto amor, solidaridad y ayuda incondicionales.
Gracias por dar sin esperar nada a cambio.
Gracias por salirse de su camino para hacer algo por alguien que no son ustedes mismos.
Gracias por devolverme a mi familia.
No dudo ni un segundo que si somos capaces de hacer esto por un perro, podemos hacerlo por nuestros amigos y familiares. Por nuestro país. Por el otro, ese extraño anónimo que soy yo mismo.
Gracias. Gracias. Gracias.