LONDRES, 9 octubre 2012 (La Razón).- ¿Cuánto se puede comer en un buffet libre? ¿Qué cantidad de comida hay que coger para que al restaurante no le salga rentable? Seguro que más de un cliente de estos locales, habitual u ocasional, se lo ha preguntado alguna vez. Pues bien, algunas veces la gula tiene un límite.
Es lo que le ha ocurrido a un ex jugador de rugby de apetito voraz y presupuesto modesto, George Dalmon, y a su amigo Andy Miles, a quienes un restaurante de buffé libre de Brighton, Inglaterra, les ha prohibido la entrada, como si de un par exitosos jugadores de casino se tratara.
Andy Miles (izq) y George Dalmon (der) / Foto: Connors Brighton / http://www.telegraph.co.uk/ |
Dalmon y Miles se han convertido en una especie de héroes para todos aquellos que alguna vez soñaron con ganar el pulso a este tipo de restaurantes, y su aventura ha generado ya cerca de 600 comentarios en el The Daily Telegraph, el periódico al que concedieron la entrevista para contar su caso y, de paso, hacerse una foto con una pose de hambrientos no demasiado trabajada.
¿Realmente comían tanto? Los dos jóvenes reconocen que, de media, se tomaban cada día cinco generosos platos mezclando carnes y entrantes, pero se defienden asegurando que el restaurante sólo les ponía cuencos pequeños, lo que les obligaba a hacer muchos viajes con las viandas a cuestas.
Sólo pedían agua para beber
“Comían como cerdos y molestaban al resto de clientes –insisten los dueños de Gobi-. Hemos estado dos años aguantándoles, pero ya es demasiado”. Para colmo, Dalmon y Miles pedían sólo agua, nunca un refresco o una cerveza, y jamás se apuntaron a un solo extra.
El origen del buffet libre
Los buffet o bufé libre, conocidos como “Tenedor libre” en Hispanoamérica (“all-you-can-eat”, “todo lo que puedas comer”, en su versión inglesa) nacieron en Francia en el siglo XVIII, y deben su nombre al mueble en el que se colocaban las viandas de comida. De ahí se extendieron a toda Europa.
Se han hecho muy populares en los últimos años en los hoteles, ya que son ideales para gestionar comidas a cantidades elevadas de comensales, muchos de los cuales no parecen tener empacho en servirse durante unos días torres de alimentos que sus estómagos son materialmente incapaces de asumir, y que generalmente terminan olvidadas en los platos.
¿Pero dónde está el secreto para que, con tanta comida y a precio reducido, el restaurante aún gane dinero? La primera clave está en colocar en lugar visible y preferencial los productos que más margen de beneficio generan, una táctica que suele dar resultado a juzgar por las torres de lechuga, tomate y remolacha con las que muchos clientes recorren los pasillos.
La segunda, en cobrar a precios muy altos bebidas, cafés y, en ocasiones, postres.
Y tercera, en la seguridad de que muchos de los clientes no se cegarán por el “esto lo he pagado yo” y comerán poco y barato. No todos van a ser tan glotones como el ex jugador de rugby Dalmon y su amigo.