MADRID, 19 marzo 2010 (El País).- Once de febrero de 2010. En el mismo instante en que los informativos anuncian que los ministros de Economía de la zona euro se reúnen por primera vez en la historia "a través de videoconferencia", miles de internautas de a pie viven, también por primera vez, sus propias cumbres históricas: "He hablado con un tipo con la careta de Carlos de Inglaterra", dice Lars desde Estocolmo. "¡Hemos conversado con Jessica Alba!", creen, ilusos, Phil y Steve desde Ohio. Todo ello tiene lugar en chatroulette.com, una página que permite mantener conversaciones virtuales uno-a-uno con desconocidos, en lo que viene a ser una revisión simple, bizarra, anárquica y adictiva del prehistórico IRC (el primer sistema de chat masivo). ¿La diferencia? Que puedes ver y oír a tu interlocutor. ¿La gracia? Su absoluta arbitrariedad.
“¿Revolucionario? De momento, frustrante: hay muchos colgados. Pero tiene potencial”
No se puede elegir con quién estás a punto de hablar a través de audio o texto, se trata de cualquier persona de cualquier lugar del mundo; si no te gusta lo que ves, sólo puedes darle al botón de "siguiente". El ritmo es vertiginoso y el ego se resiente, ya que sólo cuenta la primera impresión. Es como participar en un duelo, con la emoción de ver quién se atreve a disparar primero. Tras las especulaciones sobre su origen, The New York Times acaba de desvelar que su creador es un adolescente ruso de 17 años, Andrey Ternovskiy, quien ha reinventado una rueda que, gracias al factor sorpresa, echa chispas para diversión y pasmo de más de 23.000 usuarios que, si nada lo impide, están a punto de crecer y multiplicarse. Según The New York Magazine, en diciembre eran sólo 300.
"Es como jugar a una máquina tragaperras hecha de gente", describe Jonah Lehrer, colaborador de la biblia de tecnófilos Wired y autor del blog The Frontal Cortex. "Es difícil saber si estamos ante algo revolucionario. Hasta el momento es bastante frustrante. Hay muchos colgados y bromistas. Pero obviamente tiene un gran potencial. Internet sobresale por juntar a extraños, ya sea en eBay o en la sección de comentarios de un blog. Chatroulette lo hace en el más básico de los contextos: una conversación cara a cara. Puedo imaginar que llegue a ser un gran portal. También puedo imaginar que desaparezca mañana", opina.
Por el momento no existe ningún control sobre las imágenes que emiten los usuarios. La advertencia incluida en la página sobre contenidos inapropiados como mucho lleva a los exhibicionistas más considerados a mostrar preavisos del corte "Soy James Bond, ¿quieres ver mi pistola?".
Años después de que se inventara la videoconferencia, una vez que el sistema de videollamada móvil no se ha convertido en un valor añadido para la venta de terminales y que plataformas como Skype no tienen el grado de inmersión esperado, las grandes posibilidades de una idea tan ridículamente sencilla nos lleva a preguntarnos si este sistema vendrá a reconciliar nuestra videoimagen con el futuro cotidiano.
"A la gente le gusta la naturaleza pasiva del texto. Nos permite controlar nuestra imagen mejor, y por eso lo utilizamos más a menudo que las propias llamadas telefónicas. Las videollamadas van en contra de esta tendencia. Es lo opuesto, y se quedarán en el ámbito profesional y del teletrabajo. Chatroulette es a donde vamos cuando no queremos trabajar", añade Jonah Lehrer.
Pero, por poco que se pruebe, resulta difícil no pensar en esta plataforma como parte del futuro, aunque no parezca tener un encaje preciso en nuestra dimensión social pública, hoy intrínsecamente ligada a las redes sociales. Una idea casi subversiva. Detrás no hay un plan de negocios, ni marketing aparente, es un mecanismo tan básico, tan arbitrario, que es casi punk. En un época obsesionada con compartimentar gustos, acciones y pensamientos, Chatroulette viene a ser, con su origen adolescente ("Es que yo y mis amigos estábamos cansados de hablar los unos con los otros", justifica su creador en The New York Times) y su naturaleza anárquica, una metáfora de cuán impredecible es aún la salvaje naturaleza humana.