lunes, 12 de diciembre de 2011

Perros callejeros, en las “fauces” de las apuestas

CIUDAD DE MÉXICO, 13 diciembre 2011 (El Universal).- Sus dientes entran como cuchillo caliente en la mantequilla. Se hincan entre el ligamento y el hueso de su rival, que hace unos segundos le arrancó un pedazo de oreja. Tiene sangre en los ojos, pero no pierde precisión en su mordida: ha sujetado la pata del perro que no le ha dado tregua en el patio de la vecindad.
Ella, una hembra de 12 kilos con genes de bóxer y perro callejero, resiste a su oponente, un macho de raza inexplicable que ha dominado la mayoría de la pelea. Pero ahora, La Chocolata tiene atenazado a El Freezer.
“¡Sacúdelo, sacúdelo!”, grita el público, entre niños y adultos que aplauden la mordida de La Chocolata. Él aúlla de dolor y el público de gozo.
Furiosa, se empuja con sus patas traseras para llevar a El Freezer hacia la reja que divide al coliseo de los espectadores. Como si intuyera que sólo vivivirá si derriba a su oponente aprieta los colmillos y el macho cae.
Hay aplausos y gritos. El favorito está a merced de la hembra, que pese a las heridas ha equilibrado el duelo.
Los que no festejan son los dueños de los canes. La pelea se acordó a 15 minutos y apenas va poco más de la mitad. Intercambian miradas son semblante serio. Todo puede pasar.



Patio convertido en coliseo

El topón, como se llaman los lugares donde se organizan peleas de perros, tiene un nombre de película: La Guardia del Diablo, por su dueño, Benjamín o El Diablo, un joven con un tatuaje del demonio en el pecho.
Su casa se parece a cualquier otra en el límite entre la delegación Gustavo A. Madero y el Estado de México: perdida en una mancha de vecindades de ladrillo gris que conviven con la basura y el ruido. Heredada por sus padres, tiene dos recámaras, baño, sala y comedor, así como un olor permanente a mariguana y a aguas negras.
Por dentro, hay correas, bozales y croquetas sobre sillones sucios. Lo único limpio es un altar a la Virgen y una foto con su novia.
Tiene un patio convertido en coliseo de unos 40 metros cuadrados, que desde 2008 es su negocio particular, donde obtiene hasta 20 mil pesos mensuales por usarlo como ring.
A Benjamín, desde niño le atrajeron los perros. Sus favoritos eran los pitbull y los akita, cuyas imágenes adornaban las paredes de su recámara en la populosa colonia San Felipe de Jesús.
En 2003, se matriculó en la Facultad de Veterinaria de la UNAM, pero su gusto por las peleas lo aislaron y se dio de baja a los tres semestres.
Sin querer renunciar a su vocación, Benjamín buscaba perros de ataque y si le parecían bravos, los vendía a empresas de seguridad privada.
“Un día se me acercó un amigo y me dijo que por qué no ponía a pelear a mis perros, que podía hacerlo en el patio. Y dije ‘venga’”, cuenta El Diablo.
Robusto, manos gruesas y con 100 kilos en 1.80 metros, Benjamín cree que la vida le diseñó esto.
“Yo salgo con mi camioneta a buscar perros chingones. Los veo y con las manos los agarro”. Así se encontró con La Chocolata el 31 de octubre pasado.
El rescate de “La Chocolata”
Mientras manejaba por Periférico, Benjamín la vio a orillas del desagüe. Tenía sus colmillos en el cuello de otro perro, que quiso quitarle una pieza de pollo. Ella defendió su alimento dejándolo medio muerto.
“Me acerqué y le ofrecí croquetas para subirlo a mi camioneta. Cuando vi que era hembra dije ¡para adentro!”, cuenta Benjamín, emocionado.
Dentro del auto, la bautizó La Chocolata, por su pelaje. Tenía patas fuertes y mandíbula trabada.
En casa, La Chocolata comía croquetas con pollo, bebía consomé y salía a ejercitarse tres veces al día. Era sus días felices, pero tenían fecha de caducidad: El Diablo pactó su primera pelea para el lunes 7 de noviembre con El Loco.
Desde el sábado 5, ya no recibió más atenciones. La preparación había comenzado, para evitar que se desangrara, Benjamín sólo le dio a lamer un trapo húmedo y semillas de girasol, un anticoagulante natural. Cada vez que podía, la apaleaba sin razón con un bat. “Hay que ponerlos locos días antes para que salgan bravos. Y ella se ponía bien brava, loquita”, cuenta riendo.
Se acordó en 5 mil pesos con la regla básica de un topón: gana el dueño del perro que sobreviva o que tenga menos daños al cabo de 15 minutos.
Ella iba contra El Freezer, una bestia de mirada demente y con pelaje negro y blanco. Tres años mayor que La Chocolata, pero invicto en cuatro peleas al hilo. Todo un récord, si se considera que un perro de pelea apenas llega vivo a tres combates.
Su dueño, El Loco, es un narcomenudista de la banda Los Negros, a la cual le dirigieron un operativo en 2008 que acabó en la tragedia del New’s Divine.
Los preparativos
El lunes había expectativa. Varios vecinos e hijos apartaron el día para ver la pelea, en primera fila, en La Guardia del Diablo. Benjamín se levantó temprano a preparar todo. Lavó el baño y el patio, compró caguamas, cigarros sin filtro y dos grapas de cocaína.
A las 14:00 horas, El Loco entró a La Guardia del Diablo con El Frezer; en tanto, Benjamín preparaba a La Chocolata; le introdujo cocaína en la nariz.
Los dueños se mostraron el dinero y asintieron con la cabeza. Todo estaba listo y el patio en silencio. Sólo se escuchaba el jadeo de los perros.
De un lado, Benjamín sostenía a su perra; siete metros después, El Loco al suyo. Y al filo de las 14:16 horas soltaron a sus bestias. Un aullido de La Chocolata rompió el silencio.
La “sentencia”
La hembra da pelea, con trabajo. Él, experto en el ruedo, le muerde los ojos. La Chocolata, aturdida por los mordiscos y la cocaína, sigue peleando. Alcanza la oreja de su rival, pero se le escapa.
“¡Adentro, adentro!”, grita un joven de unos 15 años extasiado con la resistencia que pone La Chocolata. El macho muerde y desgarra; ella contiene el ataque y se lanza, pero se cansa. Por eso sorprende a la multitud cuando El Freezer cae de lomo. Silencio. Los dueños intercambian miradas son semblante serio. Todo puede pasar.
Benjamín y El Loco no salen del ruedo. A medio metro de sus canes, los azuzan y les soplan en el lomo para refrescar sus heridas.
“¡Pinche perra, está cabrona!”, grita uno. “Ahorita le dan vuelta”, pronostica otro. Y del concreto se levanta El Freezer. Como un campeón herido en el orgullo, se levanta con más fuerza y el macho domina de nuevo la pelea.
La proeza de La Chocolata apenas duró un momento. A los 13 minutos se le ve muy herida y El Diablo quiere parar la pelea, pero el trato fue un cuarto de hora y se debe cumplir.
Llegan los 15 minutos y de inmediato paran la pelea. Dos más separaran a los perros y el resultado es claro: El Loco recibirá los 5 mil pesos y el público aplaude el espectáculo.
Nervioso, Benjamín corre por su perra. Casi con cariño le lava las heridas, hasta que se da cuenta que tiene los ojos perforados. Ha quedado ciega.
“¡No aguantaste nada, ni para una chingada!”, lamenta. Tendrá que matarla, pero hoy no porque ya lavó el baño y no quiere que se ensucie.
Vigilancia insuficiente
De acuerdo con Benjamín, las peleas de perros son cada vez menos frecuentes en la ciudad de México, pues las autoridades hacen más operativos.
Debido a que los topones no suelen permanecer fijos, la Secretaría de Seguridad Pública del DF, a través de la Brigada Animal, mantiene operativos permanentes para detectarlos.
Pese a ello, asegura, “no tienen descubiertos ni la mitad de los que hay”.
Gracias a eso, puede cobrar más por la entrada. Tanto, que el ruedo se ha vuelto su trabajo fijo. “No me bajonea lo de mi perra. De todos modos la hubieran matado en la calle. Mejor conmigo… al menos la traté chido unos días”, dice Benjamín, quien arrojó el cuerpo de La Chocolata a orillas del desagüe. Al día siguiente, buscó otro perro. Uno más bravo. El Diablo está seguro que El Freezer no aguanta otra pelea y que vengará su honor.

Fotografía: http://blogs.ideal.es/