sábado, 6 de octubre de 2012

Muammar Gadafi y sus esclavas sexuales en Libia


LIBIA, 6 octubre 2012 (AP).- ‘No lo olvidaré nunca. Profanaba mi cuerpo, pero en realidad destrozó mi alma’. Las palabras son lo único que le queda a Soraya. A los 14 años su vida dio un vuelco. No volvió a ir al colegio, no volvió a ver a su familia, no volvió a tener un amigo. Tuvo la desgracia de ser joven, esbelta y bella y de cruzarse con el dictador Muammar Gadafi.

Durante cinco interminables años fue su esclava sexual, prisionera de las perversiones y de la voracidad del arrogante beduino. Su tragedia, la de cientos de mujeres libias sometidas, aplastadas y violadas en serie por el tirano, forma parte del libro Las presas: en el harén de Gadafi, que acaba de publicar la periodista francesa Annick Cojean, del diario Le Monde. Se trata de una compilación de las bestiales inclinaciones sexuales del déspota.

Unos días después de la muerte de Gadafi, en agosto del año pasado, Cojean trató de buscar historias de mujeres rebeldes que habían combatido contra la dictadura. Pero se encontró con algo mucho peor, la historia de Soraya.

Su testimonio está marcado por el asco: "Gadafi estaba desnudo sobre su cama. ¡Qué horror! Me tapé los ojos y retrocedí. Me tomó de la mano y me obligó a sentarme a su lado. No me atrevía a mirarlo. «¡Voltéate, puta!». No sabía qué significaba, pero presentía que era una palabra horrible, vulgar, para nombrar a una mujer despreciable. No me moví. Intentó voltearme hacia él. Resistí. Me jaló del brazo, del hombro. Mi cuerpo estaba tenso. Entonces me obligó a mover la cabeza jalándome del cabello. ‘No tengas miedo. Yo soy tu papá, así es que me llamas ¿no? Pero también soy tu hermano y tu amante. Voy a ser todo eso para ti. Porque vas a quedarte a vivir conmigo para siempre".

Y durante los siguientes cinco años Soraya, en efecto, vivió en los sótanos de Bab al-Azizia, el complejo de Gadafi. Como ella, el coronel mantenía cientos de jóvenes confinadas en las bóvedas de su residencia donde las obligaban a fumar, a beber, a ver pornografía y a drogarse.

El harén de Gadafi se renovaba constantemente. Según Cojean, el dictador enviaba a sus hombres a ‘cazar’ a las niñas en los colegios, las peluquerías, en las fiestas y matrimonios.

A algunas, como Soraya, las escogía personalmente. Bastaba con que les pusiera la mano sobre la cabeza para que sus escoltas entendieran que estaba diciendo ‘la quiero’.

La revista Paris Match investigó las acusaciones de Cojean y entrevistó a una jefe rebelde a la que llama Dina.

‘Necesitaba cuatro jóvenes diarias, de preferencia vírgenes’, cuenta la mujer, quien también aseguró que Gadafi exigía que se le filmara porque quería que sus guardias lo vieran violando a niñas y niños:‘Encontramos casetes que sobrepasan la imaginación’.

Una de ellas cuenta que después de forzarla ‘(Gadafi) se incorporó y tomó una pequeña servilleta roja, la pasó entre mis muslos y desapareció al baño. Yo entendería mucho más tarde que esa sangre le era preciada para una ceremonia de magia negra’.

Algunos testimonios recopilados por Cojean rayan en lo increíble pero la autora, respaldada por una exitosa carrera periodística, asegura que fue rigurosa.

En una entrevista con Paris Match, Cojean explica que si bien dudó de la veracidad de las historias de la joven, sabía que en los países musulmanes aceptar una violación es casi como una sentencia de muerte, pues muchos no las consideran víctimas sino culpables de su desgracia.

Soraya, de hecho, vive escondida de su propia familia porque teme que sus hermanos la maten para ‘salvar su honor’. Y varias de las esclavas de Gadafi son ahora repudiadas por la sociedad.

Sin poder volver a su antigua vida, no les queda otra opción que prostituirse.

UN ARMA DE GUERRA

Para Gadafi, la violación fue una política de Estado y un arma de guerra: ‘Gobernaba por el sexo. Humillaba por el sexo’, ha dicho Cojean.

Según los testimonios, desde que comenzó la revolución el líder distribuyó Viagra entre sus soldados y los alentó a abusar de las mujeres de los rebeldes.

Al parecer las agresiones eran grabadas y enviadas a los insurgentes como amenazas. A la caída del dictador se hallaron miles de archivos de este tipo.

La revista Paris Match recuenta una escena espeluznante encontrada en uno de ellos: ‘El soldado debe medir 1,90 y pesar unos 100 kilos. Se ensaña, el pantalón abajo, sobre un cuerpo minúsculo que ya no se mueve. La pequeña parece muerta. Continúa hundiéndose en ella con una brutalidad que ni siquiera se ve en las películas porno. Debe estar muerta. Él y sus camaradas la rompen desde hace tres días. Ha sangrado tanto, ha sido tan golpeada y sacudida. . . De pronto, él parece darse cuenta que se está ensañando con un cadáver: ‘Está muerta’. Cerca suyo, un jefe libio lo tranquiliza: ‘Termina, no te preocupes. . . ’’.

Es difícil creer que Gadafi logró ocultar sus perversiones sexuales durante cuarenta años de dictadura.

Según los testimonios recopilados por Cojean, mucha gente sabía de los gustos del coronel, desde su familia hasta otros jefes de Estado africanos, a quienes recompensaba con dinero y joyas.

La esposa de uno de los hijos de Gadafi habría confesado que muchas veces tuvo que acostarse con su suegro y Soraya dice recordar ‘bellezas africanas, impecablemente maquilladas, que creían que solo iban a saludar al Guía en sus apartamentos, y que salían con la falda rota y el maquillaje corrido’.

La ironía es que, aunque Gadafi era conocido como un dictador de mano dura, se preciaba de ser un hombre progresista, incluso feminista para los estándares del mundo islámico.

Se ganó esta reputación por tener una guardia de mujeres, a las que llamaban amazonas, que lo escoltaban día y noche. Luego de que cayó, algunas dijeron haber sido violadas y obligadas a formar parte de su cuerpo de élite. Para tumbar a Gadafi los libios se enfrascaron en una guerra fraticida, que se llevó 20,000 vidas y que duró más de ocho meses, y un año después de la muerte del dictador, aún luchan por reponerse.

Pero hay heridas que nunca cicatrizarán. Soraya recuerda la primera vez que Gadafi la sometió: ‘Estaba anonadada, no tenía más fuerza, ya no podía moverme, lloraba’.