BRUSELAS, 8 abril 2010 (AFP).- Es un trabajo de mucha presión que mantiene en marcha a la Unión Europea, pero rara vez se ve a la gente que lo hace. Sólo se les oye.
Los intérpretes son el nexo que permite a los 27 países hablar entre sí, trasladando las complejidades de los asuntos europeos a 23 idiomas oficiales e impidiendo que la UE descienda a una confusión al estilo Torre de Babel.
Todos los días hay montones reuniones en las principales instituciones del grupo - el Parlamento Europeo, la Comisión Europea y el Consejo de Ministros - y los intérpretes tienen que estar a mano a todas horas para asegurarse de que no se pierde nada en la traducción.
El servicio de traducciones de la Comisión tiene por sí sólo un personal a tiempo completo de 400 personas, asistidas por 400 profesionales autónomos cuando la presión se vuelve abrumadora, con demandas de traducir el estonio al danés o al griego, o el portugués al maltés o el esloveno.
Los intérpretes -nunca se les llama traductores-, sentados al fondo de las salas de conferencias en grupos de dos o tres en cabinas de cristal mal iluminadas, son un grupo unido que vive en un mundo multilingüe en el que los matices importan mucho.
"Una cabina es un sitio pequeño. Es una relación intensa, una relación cercana con la gente con la que trabajas", comentó Andrés Barreiro, un intérprete de la Comisión que interpreta en gallego, español, finlandés, inglés y portugués.
"Siempre intentas trasladar el mensaje e intentas pensar en las ideas principales del discurso. No sólo repites todo. Supongo que por eso nos llaman intérpretes", indicó.
Barreiro empezó a trabajar hace diez años para el servicio de interpretación de otra institución europea, el Parlamento, antes de pasar a la Comisión, donde se le puede convocar para interpretar hasta 20 reuniones al día.
La presión puede ser intensa, ya que los intérpretes pueden, dependiendo de sus idiomas, tener que capturar las sutilezas de lo que puede estar diciendo el presidente francés Nicolas Sarkozy, sobre la regulación del mercado financiero y traducirlo simultáneamente a, por ejemplo, sueco.
Todo ello mientras se aseguran de haber captado las connotaciones del tono del presidente, entendido la jerga financiera y trasladado todo eso de forma inmediata al sueco sin ningún riesgo de malentendido que pueda provocar un incidente diplomático o causar un impacto accidental en los mercados financieros.
El servicio supone unos 250 millones de euros al año, pero como señalan sus defensores, esto sólo supone unos 50 céntimos por cada ciudadano europeo.