CIUDAD DE MÉXICO, 26 marzo 2011 (EFE).- Los escribanos de la plaza de Santo Domingo, en el corazón de la capital mexicana, han sido durante décadas el último recurso para muchos que, queriendo transmitir su amor por carta, no saben escribir o carecen de la inspiración del poeta.
Apenas quedan una decena de escribanos o "evangelistas" -como también se les conoce-, armados con sus viejas maquinas de escribir para salvar de la muerte a la carta de amor, guarecidos bajo los cielos del Centro Histórico capitalino, a pocos pasos de varios edificios históricos de la época colonial.
También ayudan a jóvenes estudiantes en sus trabajos, redactan currículum o leen cartas a personas iletradas que siguen recurriendo a ellos, aunque con menos frecuencia que antaño.
José Edid González es escribano desde hace 45 años, uno de los más antiguos del lugar; padece de artritis en las manos, pero eso no le quita las ganas e ilusión para "seguir sirviendo a la sociedad", según confesó a Efe.
Cada día se va apagando el negocio, porque ya no hay tanto analfabetismo -quedan seis millones de analfabetos en México, un 5,31 % de la población- y la gente ya no recurre a sus conocimientos poéticos, lamenta.
Los escribanos conviven en los portales de Santo Domingo con pequeñas imprentas y con falsificadores que solucionan la vida a más de uno mediante la impresión de facturas o certificados "a medida".
Los clientes que recurren a los artistas de la maquina de escribir son, principalmente, gente madura. "Nos buscan para redactar cartas a sus familiares y para llenar documentos oficiales". Los invidentes también acuden a ellos.
Hay quien se acerca con cierta timidez para pedir precio, y se sienta en una de las dos sillas al frente del escritorio del profesional. El trabajo más caro es pasar a máquina una tesis o investigación y hacer de corrector de estilo.
Por lo general, cobran desde los 150 hasta los 800 pesos (de 12 a 66 dólares) y tardan entre una semana y un mes en entregar el trabajo, según su extensión.
Los poemas, las cartas de amor y las estrofas de canciones -algo que a González le gusta de hacer- se cobran más baratos: entre 50 y 80 pesos (de 4 a 6,5 dólares).
El escribano rememora con nostalgia, orgullo y alegría, sus primeros días en el negocio, cuando la alta demanda de aquella época le exigía vivir en uno de los edificios del corredor donde trabajan.
Recuerda especialmente a uno de sus clientes que se hacía llamar "Emperador de los Aztecas", quien le dictaba peticiones, discursos, textos dirigidos al presidente de México, al Congreso y a Naciones Unidas, entre otros. Guardaba celosamente sus textos, con los sellados oficiales de la dependencia donde los entregaba.
La escribanía nació en Ciudad de México en el siglo XIX, con pluma y papel, hasta que llegó la máquina de escribir. El ordenador ha entrado no hace mucho con las nuevas generaciones.
Para dedicarse al oficio se necesitan "cualidades éticas y morales", así como conocimientos generales de gramática, sintaxis, ortografía y cultura.
La nueva era de la tecnología no les preocupa, pertrechados como están con su experiencia y conocimientos para elaborar un currículum, o escribir un poema. Así lo considera otro de los artesanos, con nombre de poeta, Miguel Hernández.
"Un mensaje por internet, si no lleva una chispa no sirve por más que se difunda millones de veces. Cuando hay talento, no importa que salga de una vieja máquina de escribir o de una computadora", arguyó como punto final.