viernes, 26 de agosto de 2011

La historia más bella de París jamás contada

 PARÍS, 26 agosto 2011 (EFE).- La torre Eiffel, el Arco del triunfo... la capital gala pudo volar por los aires un día como hoy hace 67 años por orden de Hitler.

ARDE París? -preguntó Adolf Hitler la mañana del 25 de agosto de 1944 a un ayudante desde su búnker de la Prusia Oriental.

-¿Cómo?

-¿Arde París? -reiteró impaciente el Führer, sabedor de que las tropas aliadas acampaban en el corazón de la capital francesa.

-¡Quiero saberlo ahora! -repitió con voz ronca y un puñetazo en la mesa.

-No -fue la respuesta.

Ayer se cumplieron 67 años desde que Hitler, en un último arrebato de locura, ordenara al general Von Choltitz detonar las cargas explosivas colocadas por todo París y quemar la ciudad hasta sus cimientos. Lo hizo, según cuentan Dominique Lapierre y Larry Collins en su libro ¿Arde París? -un minucioso y apasionante relato de los inciertos días que vivió la capital gala por aquellos días-, en un intento por desdibujar la inminente derrota de un imperio que debía durar mil años y que se desmoronaba como un castillo de naipes. "Si la pérdida de París es inevitable, el enemigo no debe encontrar más que un campo de ruinas", repetía una y otra vez.

Hitler, que no daba órdenes en vano, confió semejante acción al general Von Choltitz, a quien no le había temblado el pulso con otras salvajadas. "Los puentes del Sena deben ser preparados para su destrucción. París no debe caer en manos del enemigo, salvo como un montón de ruinas", advertía el Führer desde su búnker. Además de estos objetivos, la misión encargada personalmente por Hitler al general incluía dinamitar el Arco del Triunfo para dejar libre el ángulo de tiro de los Campos Elíseos y también la Torre Eiffel, con el objetivo de que, al caer, obstruyera los puentes que para entonces ya estarían derribados. Mientras las tropas nazis se relamían pensando en que los aliados caerían de nuevo bajo las ráfagas de metralla alemana, los líderes de la variopinta resistencia francesa, con el general Charles de Gaulle a la cabeza oficial, comenzaban a barajar la posibilidad de que un levantamiento popular precediera a la llegada de las tropas aliadas a la capital, donde cinco millones de parisinos aguardaban ansiosos aire fresco de libertad.

El 18 de agosto la capital francesa amanecía repleta de carteles que invitaban a la población a plantar cara al ejercito del III Reich. La respuesta de los parisinos fue inmediata. Barricadas y combates estallaron por toda la ciudad mientras 10.000 hombres de la resistencia francesa mantenían una encarnizada batalla contra una tropa de 16.000 soldados alemanes. "¡A las barricadas!". Rusos y americanos se preparaban también para una ofensiva final que pretendía poner fin a cuatro años de hegemonía nazi.

Lleno de tristeza, el general Choltitz comprendió en ese momento que todo estaba perdido y que no podía condenar a sus hombres a una muerte segura, pese a que la orden de reducir a escombros París procediera del mismísimo Führer. Tras reflexionarlo profundamente, decidió que nunca vería caer París en llamas y ordenó al coronel Von Unger arriar la bandera blanca tan pronto como avistara a un soldado enemigo en el hotel Meurice, su cuartel general. El mando no quería pasar a la historia como el aniquilador de una de las ciudades más bellas del mundo.

Mientras Hitler anhelaba desde su búnker de la Prusia Oriental la llegada de las ansiadas noticias, el 25 de agosto de 1944 el general de Gaulle lideraba una alegre marcha de liberación bajando por los Campos Elíseos. Cuentan que nunca antes sonó tan alto La Marsellesa en Francia.

Fotografías: París, 25 agosto 1944 (Archivos históricos)