BUCAREST, 14 diciembre 2011 (EFE).- Por las novelas asociamos a Drácula con un vampiro sádico pero refinado y romántico, que regresa de las tinieblas en busca de cuellos jóvenes que alimenten su eterno deambular por la noche de los tiempos.
El Drácula real fue diferente y desde luego nada romántico, aunque sí hubo mucha sangre en su vida. Vlad III, más conocido como Vlad Dracul o Vlad Tepes (“el empalador”), señor feudal de los Cárpatos, fue príncipe de Valaquia, un territorio de la actual Rumanía, que vivió en el siglo XV y aterrorizó a sus súbditos con asesinatos en masa.
Se cree que liquidó a más de 100.000 personas, aproximadamente el 20% de la población, y que disfrutaba asistiendo a muertes lentas que incluían torturas, descuartizamientos y sobre todo empalamientos, de donde le viene su siniestro apodo, pero no parece probable que mordiera cuellos. Fue un tirano y un guerrero cruel, pero no un vampiro. Esa cualidad le fue atribuida en las narraciones germánicas y rusas inspiradas en la mitología rumana del vampirismo.
Nació en 1428 en Sighisoara. Era el primogénito del príncipe Vlad, apodado Dracul (diablo) por su crueldad y sangre fría, características que heredó su hijo junto con el alias de Draculea, que significa hijo del diablo. En aquellos tiempos, el territorio rumano estaba acosado por el Imperio Otomano y por los húngaros, y en el interior por nobles que luchaban entre sí con ferocidad. Vlad vivió una infancia traumática, pues fue entregado por su padre a los turcos, que eran sus aliados en contra de los húngaros, y fue criado por el sultán Murat II, padre de Mehmet II.
Con el apoyo de éstos, Vlad subió al trono de Valaquia en 1448 tras el asesinato de su padre a manos del noble húngaro Iancu de Hunedoara. Una vez en el trono, el joven pronto dio muestras de que no se casaba con nadie y decidió cambiar de bando al estrechar relaciones con Iancu y enfrentarse a los otomanos. Previamente se ocupó de los enemigos interiores y organizó un festín para los nobles boyardos, que entraron como invitados y acabaron formando parte del banquete: fueron atados, colocados boca abajo y empalados con estacas romas que penetraban más lentamente en su cuerpo para que el suplicio durara más.
Algunos tardaron tres días en morir. Después, decidió alzarse contra los turcos y se negó a pagarles el tributo, planteando a Mehmet II una guerra de guerrillas que trajo en jaque al Imperio Otomano. Sin embargo, los turcos acabaron invadiendo Valaquia y Vlad huyó a Hungría para pedir protección, pero el rey lo encarceló. Durante sus doce años de encierro aplacó su sadismo empalando ratones y pajarillos. En 1475 fue liberado y regresó al trono de Valaquia, que había sido ocupado por su hermano Radu el Hermoso. Su última acción conocida fue la lucha contra los trucos en la batalla de Vaslui junto a las tropas del príncipe Esteban Bathory. En 1476, murió asesinado en una emboscada, probablemente por sus propios soldados, que entregaron su cabeza a los turcos. El trofeo fue colgado de una estaca en el centro de Estambul.
En Rumanía fue venerado como paladín de la cristiandad contra la invasión musulmana, pese a que siempre se le representa con la estrella de ocho puntas, nunca con una cruz. Jamás se supo qué ocurrió con sus restos, supuestamente enterrados en el monasterio de Snagov.