MOSCÚ, 26 junio 2013 (Reuters).- Tensos y con caras de malas pulgas, Barack Obama y Vladimir Putin dejaron en evidencia ante el mundo en su encuentro de la semana pasada en Irlanda del Norte que no son, precisamente, grandes amigos. El caso Snowden podría elevar esa pobre comunicación personal a la categoría de un serio enfrentamiento diplomático entre las dos grandes potencias nucleares, rememorando momentos de la Guerra Fría que parecían superados.
La negativa de Putin a detener al contratista de la NSA que desveló los programas secretos de vigilancia de EE UU ha sido una verdadera bofetada en el rostro de la Administración norteamericana, que horas antes había advertido a Moscú que no le permitiera escapar. El secretario de Estado, John Kerry, pidió al Gobierno ruso que se comportara “de acuerdo a las reglas de la ley, en beneficio de todos”, y le recordó que, en los últimos dos años, EE UU le ha entregado a Rusia siete personas reclamadas por la justicia de ese país.
Aunque escudado en el hecho de que Snowden no ha cruzado técnicamente la frontera rusa –estuvo, al parecer, en la zona de tránsito del aeropuerto de Moscú- y en que no existe un tratado de extradición de su país con EE UU, Putin no ha dejado pasar esta excelente oportunidad de mandarle un mensaje a Obama sobre su concepción de las relaciones bilaterales.
Después de rebatir la política de Obama en Siria, en Irán y en lo que concierne a la seguridad de Europa, Putin le niega a su colega norteamericano incluso un pequeño gesto conciliador en el que no hay claros intereses rusos en juego. Si se admite que, teniendo en cuenta el estado de la libertad de expresión en Rusia, la decisión de Putin no está movida por su amor a esa causa, habría que deducir que su intención es la de meterle el dedo en el ojo a su rival y plantear las relaciones con Washington desde una posición de fuerza.
Eso confirma las peores sospechas en EE UU de que el regreso de Putin al Kremlin sería motivo de tensiones y de inestabilidad internacional. En cuanto a este último aspecto, el caso Snowden aleja, probablemente, el acuerdo de desarme nuclear propuesto por Obama en Berlín, así como la solución de otras crisis existentes o por venir.
Pero el efecto inmediato del libre tránsito ofrecido a Snowden en Moscú es que deja al descubierto la ausencia de instrumentos de presión que EE UU tiene hoy sobre Rusia, por no mencionar el golpe que esto representa para la diplomacia dialogante de Obama, a quien sus rivales políticos en EE UU acusan ya de una alarmante debilidad.
Ahora que se alude al recuerdo de la Guerra Fría, algunos traen a la memoria que ese duelo lo ganó EE UU por la presión ejercida sobre la Unión Soviética por un presidente como Ronald Reagan, implacable contra el comunismo. Durante al menos la última década de aquel periodo, EE UU llevó la iniciativa y colocó a su enemigo contra las cuerdas.
Desde la caída del muro de Berlín, las dos naciones enfrentadas entonces dieron muchos pasos hacia la superación de esos tiempos y a la creación de un nuevo espacio de cooperación. Eso se fue más o menos cumpliendo hasta que Putin obtuvo el mando. Después, tras la victoria de Obama, éste prometió una reprogramación de las relaciones con Moscú, que se consiguió a medias durante la regencia de Dimitri Medvedev.
La coincidencia de Obama y Putin en la cúspide, que sólo lleva cinco meses de duración, ha dejado ya claro que la amistad va a ser imposible, la convivencia, difícil, y el conflicto, constante. Con ambos en la presidencia de sus respectivos países, se reúnen el extremo más nacionalista e intransigente de Rusia, con la versión más tolerante de la política exterior norteamericana. Da la impresión de que ambas cosas no combinan, y no es difícil anticipar que tendrá que ser Obama quien cambie de estrategia.
Los dos presidentes se volverán a encontrar varias veces el próximo mes de septiembre. Primero en Moscú, a donde Obama acudirá para la primera cumbre puramente bilateral. Después en San Petesburgo, donde ambos participarán en la cumbre del G-20. Rusia no tiene la influencia en los acontecimientos mundial que tiene hoy China. Pero conserva el mayor arsenal atómico y un peso suficiente como para que cualquier atisbo de enfrentamiento con EE UU resuene con alarma.
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