domingo, 21 de diciembre de 2008

Seguimos dispuestos a torturar

CALIFORNIA, 21 diciembre (BBC).- Quizás ha sido el experimento científico más tristemente célebre de las últimas décadas, porque mostró evidencias convincentes de que todos somos capaces de ejercer una gran maldad. Y volvieron a llegar a la conclusión de que la gente sigue dispuesta a infligir dolor a los demás, si se lo pide una autoridad.

La prueba consistía en que los voluntarios debían aplicar lo que creían que eran dolorosas descargas eléctricas a otros voluntarios (que eran en realidad actores), cuando eran incitados por una figura de autoridad.

Los investigadores de la Universidad de Santa Clara, en California, encontraron que aún cuando los actores daban (falsos) gritos de dolor, el 70% de los participantes estaban dispuestos a aumentar el voltaje de las descargas.

Las tasas de obediencia de los participantes fueron ligeramente menores que las del experimento Milgram, dicen los autores en American Psychologist, la revista de la Asociación Psicológica Estadounidense.

El experimento fue llevado a cabo para ver si hemos aprendido las lecciones del pasado.
"Pero lo que encontramos fue que los mismos factores situacionales que tuvieron un impacto en la obediencia en el experimento de Milgram, siguen operando hoy en día", agregó el científico.

El experimento original, publicado en 1963, fue llevado a cabo por el profesor Stanley Milgram, de la Universidad de Yale.

El científico reclutó voluntarios para probar el efecto del castigo y el aprendizaje. Para eso, se le hizo creer a los voluntarios (que tenían el papel de maestros) que estaban aplicando choques eléctricos cada vez más potentes a otra persona (que tenía el papel de alumno), ubicada en un cuarto separado.

También se les hizo creer que "un científico" era la figura de autoridad conduciendo el experimento, y éste debía incitar al "maestro" a que continuara aplicando descargas sobre el "alumno". En realidad, tanto el científico como el alumno eran actores y la supuesta máquina generadora de descargas eléctricas era falsa.

Milgram encontró que, después de escuchar los primeros gritos de dolor de los alumnos con una descarga de 150 voltios, el 82,5% de los "maestros" voluntarios continuó aplicando descargas.

De éstos, el 79% continuó con las descargas hasta el límite del generador, a 450 voltios.

El estudio, además, no encontró diferencias entre hombres y mujeres.

El estudio podría explicar por qué la gente está dispuesta a participar en genocidio.
Incluso cuando otro "científico" (actor) entraba al cuarto y cuestionaba lo que estaba ocurriendo, la mayoría estaba dispuesta a continuar. Tal como explica el investigador, no es que algo estuviera "mal" con los voluntarios.

Simplemente, es que cuando se nos coloca bajo presión, los seres humanos a menudo hacemos cosas "perturbadoras". Los resultados del estudio, afirman los expertos, podrían explicar parcialmente por qué en tiempo de guerra y conflicto la gente está dispuesta a tomar parte en un genocidio.