miércoles, 10 de marzo de 2010

Se prostituía por 50 pesos; hoy estudia abogacía

CIUDAD DE MÉXICO, 10 marzo 2010 (EL Universal).- Laura tenía siete años cuando fue inicialmente “tocada” por su maestro de inglés, quien a su vez comenzó a “compartirla” con un vecino, mientras la esposa de este último presenciaba y grababa la escena.

A cambio de su obediencia y silencio, la gratificaban al principio con dulces, después fue con regalos, y luego con dinero.

Sus padres la llevaban de la mano a clases con el maestro de inglés, sin sospechar lo que ahí ocurría, hasta el día en que Laura les comentó lo que estaba pasando; es decir, que al llegar la llevaban a un cuarto y le tocaban su cuerpo... pero sus padres no le creyeron. A cambio recibió multiples golpizas y la tildaron de “loca y mentirosa”.

Con el tiempo, comenzó a “tocarla” el mayor de sus hermanos, mientras otro de ellos —sólo dos años más grande que ella— miraba la escena.

Laura creció, fue a la escuela, y en su adolescencia fue atrapada por el sexoservicio, “creía que para lo único que servía era para dar placer y cobrar por eso; era una vida muy asquerosa y para soportarla consumía alcohol y me drogaba todos los días y a todas horas”, comenta quien a los 22 se fue de su casa para dedicarse de tiempo completo a la prostitución; su padre ya había muerto y a su madre nunca más la vio.

“Era el caño de desagüe de aquellos con los que me prostituía; era quien recibía todas sus porquerías... Lo que deseaba era que ellos terminaran cuanto antes para acabar con el infierno de tener que fingir movimientos que no sentía”.

Con 17 años, ya con un hijo, producto de una violación, Laura dejaba a su niño con sus hermanos y se perdía por semanas completas, hasta el día en que decidió ingresar en una clínica de rehabilitación, en la que estuvo interna durante dos años.

Después tuvo otra hija, y comenzó a trabajar en una fundación que da atención a mujeres víctimas de trata. Fue ahí cuando se propuso estudiar una licenciatura en Derecho, dejar la prostitución, y procurar otra opción de vida en la que, a su decir , ya no fuera objeto de uso. “Tuve que tocar un fondo muy obscuro para darme cuenta que estaba muriendo en vida; me convertí en una mujer fría, sin sentimientos, sin capacidad para reír, ni llorar. Incluso llegué a prostituirme por cincuenta pesos”.

Hoy, con un hijo de 20 y otra de 13, cursa el segundo cuatrimestre de la licenciatura en Derecho y está en sus planes iniciar, a la vez, la licenciatura en Psicología en la UNAM. De una futura relación sentimental, ni hablar, pues asegura que le es difícil volver a confiar en las personas y menos en los hombres.



En el Día Internacional de la Mujer, Laura continúa estrenando un mundo del que ahora asegura ser la dueña y señora, donde salva los obstáculos que se le interponen a su paso, entre algunos de ellos, dejar atrás lo que vivió para reconstruirse de otro modo. “Hoy sé que el dolor es un enemigo”, dice.