sábado, 9 de octubre de 2010

Todo un pueblo en México se dedicaba a la siembra de marihuana.

CORONADO, 8 octubre 2010 (El Universal / Notimex).- Desde el centro del pueblo había que caminar unos 200 metros, desde la orilla apenas unos 80; sólo bastaba cruzar un arroyo y ahí estaba un sembradío de 30 hectáreas de mariguana, escondidas entre plantas de maíz, pero “nadie” sabía de su existencia.

Desde la carretera estatal 80, en Chihuahua, con levantar la vista mirando hacia el norte se podía ver del lado izquierdo la comunidad de San Pedro, y girando a la derecha un poco más al fondo, miles y miles de plantas con el característico color verde, y ese inconfundible olor que se podía percibir a casi un kilómetro de distancia.

“Es un hecho que prácticamente el pueblo entero trabajaba en la siembra de mariguana; la prueba está en que apenas llegamos y todos los hombres huyeron al monte. Pero no los vamos a perseguir, ellos son los menos culpables, estaban amenazados y no les quedaba de otra”, declaró un alto mando militar que acudió a supervisar los trabajos que se realizarían para la incineración de la hierba.

Según información de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena), se necesitarán 100 soldados para destruir el sembradío, tarea que les llevará entre cinco y seis días. En total se localizaron 40 hectáreas cultivadas, 30 de ellas en las inmediaciones de San Pedro, y otras 10 en un segundo paraje ubicado aproximadamente a 15 kilómetros hacia el norte.

Temen salir de sus casas

El pueblo San Pedro se convirtió en un lugar desierto desde el arribo de los elementos del Ejército. La intención de esconderse fue evidente: no había ni una sola alma en sus calles de tierra; sólo algunos niños habían ido a la escuela, pero la maestra los regresó. Las mujeres permanecían encerradas y apenas se dejaba ver a alguna que salía de la casa a arrojar maíz y tortillas a las gallinas y se volvía a meter de manera automática y rápida.

El poblado no es muy diferente de cualquier comunidad rural. Situado a menos de 10 kilómetros de los límites con Durango y a cuatro horas de la capital chihuahuense, su actividad primordial histórica es la agricultura, pero desde hace años el principal —y casi único— cultivo es la mariguana.

Las viviendas están dispersas: todas hechas de adobe, con corral y algunos animales de granja. En el centro se localiza un pequeño parque con juegos infantiles y la diminuta escuela de apenas dos salones.

Con 120 habitantes, la rutina de este lugar implicaba estar a unos metros del cuarto mayor sembradío de enervantes que se haya detectado en Chihuahua.

Desde la mañana, un contingente de soldados acampó en la orilla de San Pedro. En una fogata asaban elotes que cortaron del sembradío que iban a destruir; los llevaron del huerto que cobijaba a la cánnabis.

“Agarren fuerzas muchachos, ya saben lo que les espera”, les dijo su teniente. La orden era que no empezaran hasta que llegara el equipo de intendencia con el comedor de campaña. “Necesito que coman primero, luego me los llevo a cortar hierba todo el día”. Bajo un árbol, un grupo de soldados afilaba los machetes; se notaba que conocían la técnica: pequeños círculos de arriba hacia abajo, un lado completo y luego el reverso.

Las fuerzas castrenses también ubicaron los secaderos. Un sitio en el que se instalaron una docena de carpas en las que se colgaba la mariguana para esperar a que secara, quitarle las hojas y semillas, y después proceder a empacarla.

Para llegar al sitio de secado es necesario atravesar la comunidad de lado a lado, y tomar una intrincada ruta entre brechas, pasar por barrancas y cruzar un río.

En esta ocasión se quemaron 28 toneladas de la planta ya cortada.

Mientras los militares prendían fuego a las miles de matas colgadas en los secadores, un teniente se olvidó del lenguaje duro que suelen usar soldados. “Mira que golpezote les dimos”, después hizo una pausa y dijo más para sí que para los reporteros que lo acompañaban: “¡Cuánta maldad destruimos, que buen trabajo!”.

Sólo una caja de cerillos fue suficiente para incendiar toda el área.

Expertos en su trabajo, aprovecharon el hule que cubría los secadores para hacer arder la hierba, bastaba con prender una pequeña porción y el resto tomaba unos cuantos segundos.

Mientras que la mariguana fresca, la del plantío, requirió hacer camas de llantas para destruirla; medio centenar de neumáticos, arriba de pilas de unas dos toneladas de hierba, manguera de la que se usaba para el sistema de riego del sembradío, unos cuantos litros de diesel y en pocos minutos una humareda negra era la señal de que se había destruido una parte de la producción de la droga.



Tradición en el narcocultivo

En 1985, en Búfalo, municipio de Allende, situado a menos de 100 kilómetros de aquí, se localizó un predio de 85 hectáreas sembrado con mariguana.

Fue el caso mas sonado en la historia de la lucha contra el narcotráfico en el país. En ese sitio trabajaban alrededor de 3 mil personas, bajo las órdenes del capo Rafael Caro Quintero.

Otras 103 hectáreas se destruyeron en ese mismo municipio en 1994, en la zona de la comunidad de El Cairo.

A unos cuantos kilómetros de aquí, también en el municipio de Coronado, en 2005 se destruyó el plantío más grande del que se tenga conocimiento: 108 hectáreas totalmente cubiertas de mariguana.

Los lugareños son gente humilde, con casas precarias, lo que contrasta con el valor de la cosecha para la que laboran.

Tan sólo el decomiso de esta semana hubiera tenido un valor de mil 500 millones de pesos en el mercado ilícito.

La Secretaría de la Defensa Nacional anunció que se evitó que 33 millones de dosis del enervante llegaran a las calles, algo así como dar una porción a cada uno de los habitantes de los estados de Baja California, Baja California Sur, Colima, Campeche, Nayarit, Aguascalientes, Tlaxcala, Quintana Roo, Zacatecas, Durango, Querétaro, Morelos, Yucatán, Tabasco, Hidalgo, Sonora, San Luis Potosí, Coahuila, Sinaloa, y Tamaulipas.