domingo, 31 de octubre de 2010

Viviendo con un fantasma

MADRID, 31 octubre 2010 (EL PAÍS).- Era el año 2000, María Ardao le habían entregado las llaves de su nueva casa, un inmueble de la década del 20, de diez ambientes, sobre Francisco Acuña de Figueroa. La anterior dueña, recuerda, estaba apurada por venderla. "No le gustaba el barrio, eso decía". El precio, unos 50 mil dólares, era razonable. La ubicación no es mala: está a una cuadra de Agraciada y San Martín. El marido de María, el artista plástico Eduardo de Lapuente, estaba de viaje. A ella le tocaba la difícil tarea de aprontar la mudanza. "Estaba limpiando el altillo y comencé a sentir una angustia enorme. Ganas de llorar y no sabía por qué. De pronto, escuché que abajo, en el living, había una discusión muy fuerte entre dos hombres; y bajé". No vio a nadie ni a nada. Estaba sola.

Cruzando la puerta verde enrejada, subiendo una escalera de mármol, se llega a la entrada o living. Hay un sillón y un sofá. Hay una biblioteca llena de enciclopedias de diversas temáticas, dispuestas en un ordenado desorden. A tres metros del suelo, hay una claraboya. Hay una perra, Lulú, a quien no le gusta quedarse sola en ese ambiente. Hay un gato, anónimo, que no parece prestarle atención a nada. En el piso hay ladrillos de vidrio traslúcidos. "Ahí fue lo que pasó", dice María.

"Lo que pasó" fue el asesinato de un hombre anciano, a manos de su hermano, una noche de febrero de principios de los 80. El cadáver quedó tirado sobre esos ladrillos durante un día entero. Y para la familia De Lapuente-Ardao, este hecho, del cual solo tienen testimonios orales, aún está muy presente. Sucesos extraños y frecuentes se encargan de recordárselo con irregular frecuencia.

Sí, ésta puede calificarse como una historia de casas encantadas. Es un relato de esos que sirven para amenizar fogones o, adecuándose a este 31 de octubre, ideal para Halloween. Según el interlocutor, puede generar miedo, dudas, escepticismo, rechazo o -lisa y llanamente- risas. Se toma o se deja; se cree o no, sin términos medios. Ajena a todo esto, la familia lo toma con naturalidad, tanto que María llegó a poner alguna vez en su cuenta de Facebook que vivía con su marido, sus cuatro hijos, su suegro, su perra… y un fantasma.

Y a veces, más de uno. "Hace dos años pasó lo más espeluznante -relata María-. Una noche entro al living… y no era mi living. No estaban mis muebles, no había casi nada. Había dos hombres, uno en cada extremo, y una mujer mirando sobre la escalera. Los hombres estaban en una notoria actitud de pelea, de discusión. No pude oír lo que decían. De pronto, escucho como una explosión… y de vuelta estaba todo normal".

María no ha sido la única testigo de estos sucesos. Y, contra lo que parece una condición sine qua non para este tipo de relatos, la familia asegura que la mayoría de los hechos anormales ocurren durante el día. Tres años atrás, y a primera hora de la tarde, recuerdan que una mesa de madera estilo Luis XV que tenían en la entrada, "y que estaba en impecable estado", se partió sola sin que nadie estuviera cerca.

Quien busque los clichés del cine de terror, puede resultar decepcionado. Los De Lapuente-Ardao no hablan de paredes que sangran, ruidos de cadenas arrastrándose, apariciones perturbadoras (salvo la relatada anteriormente) ni gritos lastimeros en la noche. Un brusco descenso de temperatura (un aviso indudable de la presencia de fantasmas, Hollywood mediante) no sería un buen indicador. "Es que esta casa es tan fría que no la calentás con nada", ríe María.

Sí han escuchado ruido de muebles que se corren, puertas y canillas que insisten en abrirse ("y las cañerías son nuevas"), apagones sin que haya problema eléctrico alguno y objetos que caen al piso sin motivo aparente. A veces, la perra Lulú le ladra a una pared vacía. No se trata de episodios diarios, ni semanales, ni de ninguna periodicidad especial; simplemente, ocurren. Y más allá de algún objeto roto, tampoco los califican como especialmente agresivos. "No noto que haya una energía diabólica ni amenazas. No se vive con miedo. Y trato de que mis hijos no piensen en eso", afirma la mujer.

Aún así Sofía (16), la hija mayor, es la que siente más miedo, asegura la mamá. Hace un par de meses vio como "una silueta" se dirigía "dando pasos muy largos" desde el atelier de su padre hasta el dormitorio matrimonial, que está contiguo. "Ni loca iba a ver nada". El atelier, justamente, había sido años atrás el dormitorio de la adolescente. En aquel tiempo, un mueble esquinero, repleto de libros, incrustado en la pared e imposibilitado de moverse, se cayó sobre la que era su cama, que estaba vacía, partiéndola. Desde entonces, la joven duerme en el altillo, donde se siente mucho más tranquila. Eso sí, no baja al baño de noche. "Cuando estoy sola abro todas las puertas y prendo todas las luces, y aún así me siento incómoda. No sé por qué tengo miedo, pero me terminó gustando, ¡es como una descarga de adrenalina!" Asegura que algunos amigos suyos no se animan a ir a su casa. Por suerte para ella, su novio sí se atreve; pero tampoco lo acompaña a la puerta cuando se va tarde.

SUGESTIÓN.

María cocina tortas fritas. Sofía se entretiene en la computadora. Otro de sus hijos, Juan Manuel (14), mira televisión. De pronto, se escucha un ruido seco, como si se cayera algo pequeño. Tal vez fue en el altillo o en la azotea. La joven sonríe: "Yo también lo oí". La madre no deja de atender la sartén. "Pueden ser los vecinos". Nadie deja sus actividades. Aún para alguien totalmente escéptico, conocer la particularidad de esta casa puede provocar actitudes ajenas a toda racionalidad: parar la oreja ante cualquier sonido, respirar hondo antes de mirar un espejo, buscar que las sombras coincidan con los objetos o se queden quietas… ¿No será todo un tema de sugestión?

"Yo no estoy pensando en lo que me pueda pasar a cada momento. Sugestión sería si a mí me pareciera que alguien se me está acercando. Y acá han pasado cuestiones físicas. Una silla estaba en el comedor y, cuando vuelvo a ver, había aparecido en la cocina", dice la propietaria.

El psicólogo social Néstor Ganduglia lleva dos décadas investigando tradiciones orales, como las leyendas urbanas. Además de haber escrito libros como Historias del Montevideo mágico e Historias mágicas del Uruguay interior, es conocido por su participación en el ciclo televisivo Voces anónimas, donde los acontecimientos de este inmueble fueron presentados bajo el nombre "La casa de los mellizos" (ver nota aparte). Para él, en situaciones inexplicables, hay un abuso "espantoso" del concepto de sugestión. "Es como un comodín que usamos para restablecer nuestro equilibrio perdido cuando ocurren cosas que no podemos comprender. Eso tiene que ver con una característica de las poblaciones urbanas, donde la razón tiene dar cuenta de todo, ¡y a veces no puede!".

No se trata, agrega Ganduglia, de ser crédulo. "Yo soy extremadamente escéptico, pero he aprendido a agachar la cabeza y a reconocer algunas cosas que se escapan a mi comprensión". En veinte años de labor, asegura reconocer cuándo una historia es creíble y cuándo no. Según su criterio, ésta, definitivamente, ingresa en la primera categoría. "Este tipo de sucesos tiene que ver con las deudas pendientes, con la memoria, con una injusticia no resuelta y ese es el punto central. No es algo mercantilista, sangriento, tipo Hollywood. Nunca vas a escuchar una verdadera historia de tradición oral uruguaya, o más aún, latinoamericana, en la que algún aparecido o aparecida haga algún daño a las personas. Es algo bien opuesto al cine de horror".

Acá nos quedamos. Es una casa cómoda, de techos altos, repleta de muebles de madera antiguos, muchos de ellos provenientes del hogar materno de María, en La Teja. Hay muchos cuadros, vitreaux, toques de art nouveau y bastantes manchas de humedad. Durante las noches, la claraboya del living puede ofrecer un ambiente lúgubre o alucinante, dependiendo del clima y las fases lunares. Y pese al presunto inquilino, la familia no piensa irse.

En este hogar, nacieron Rafael (8) y Fernanda (4). "Es una casa donde hay amor, si esta familia tuviera sus `negruras` tal vez sería más difícil", dice María. El chico mira tevé hasta tarde sin ningún tipo de temor, no le asusta quedarse solo. La pequeña, una preciosura de rulos rubios y despeinados, alguna vez ha hablado -"con mucha naturalidad", según su madre- de una "señora" que ha visto en la casa. Pero tampoco demuestra miedo.

"Lo que la gente encuentra más raro no es que haya fantasmas, ¡sino que no nos queramos ir!", dice María. "Mi padre era muy místico, y fui criada en un hogar donde se tendía a creer en lo mágico. Yo creo que hay que tenerle miedo a los vivos; lo que no está en nuestro plano, no sólo no lo podemos manejar sino que tampoco nos puede hacer mal. Este fantasma molesta más de lo que hace daño. Creo que quiere llamar la atención y no sé qué pretende. Si quisiera que nos fuéramos, creo que sería más violento".

¿Y qué pasaría en un caso así? Por más que suene raro, María apelaría al diálogo, o a algo parecido. "Ponele que se me aparezca todo ensangrentado, cosa que aún no ocurrió, y yo notara que quiere comunicarse conmigo. ¿Sabés que haría? Le preguntaría: `¿Qué necesitás?` Y si la situación se pone más densa, nos sentaríamos en una reunión familiar, fantasma incluido, y nos pondríamos de acuerdo. Estamos cómodos acá. ¡A mí no me va a correr un espíritu!"

Dos hermanos muy distintos, una muerte

"Cuando yo estaba de novia (con Eduardo) siempre pasaba por esta casa y notaba que me `llamaba`. No sé si eran los vitreaux o qué", relata María Ardao. Con los años, tanto la llamó que terminó viviendo ahí. Mucho tuvo que ver "Titina", su suegra, vecina de la cuadra, que quería tener bien cerca a la familia de su hijo. "Si yo te contaba la historia del lugar capaz que no se mudaban", asegura María que le dijo esta mujer (ya fallecida) cuando ella le relató su extraña vivencia inicial en el altillo.

La historia de esta casa ya era conocida en la zona, aunque ya no quedan casi vecinos que puedan recordar con detalle lo ocurrido. Según lo que pudo averiguar María, ahí vivían dos hermanos de avanzada edad. Uno de ellos era comisario retirado y el otro era un bohemio de vida mucho más disipada. Semejantes diferencias de carácter, más discusiones por temas de dinero, llevaron a que el primero matara de un disparo al segundo una noche de verano hace casi 30 años, en la entrada de la casa. "El cadáver estuvo aproximadamente un día tirado sobre los ladrillos de vidrio", agrega.

La historia de estos hermanos se popularizó a través del programa Voces anónimas, de Canal 12, como "La casa de los mellizos". María puntualiza que no tiene claro si los hermanos eran mellizos o solo muy poca diferencia de edad. La confusión, explica siempre apelando a lo que le han contado, radicaría que en la esquina funcionaba un bar, llamado "Los mellizos", donde el más bohemio pasaba gran parte de su tiempo.

Según este programa, una familia que habitó la casa antes que María y los suyos, la pasó mucho peor. No sólo debieron soportar objetos que se caían, sino directamente apariciones fantasmagóricas: rostros de un hombre ensangrentado reflejados en un vidrio o la imagen de un anciano "reptando" a toda velocidad por el piso de uno de los dormitorios. Uno de los integrantes de aquella familia, Roberto Parada, forma parte del equipo de producción de Voces anónimas, según dice uno de los libros publicados a raíz del suceso del ciclo televisivo.

María resalta que fue la producción del programa, y no ella, la que realizó el contacto. A ella le pareció bien participar. "Yo nunca busqué publicidad, no tengo que mostrar nada más que una buena historia de tradición oral para contar".

El verdadero significado de Halloween

Para hoy, Halloween, María Ardao espera la visita de "un montón de gurises del barrio". No hay certeza alguna de que, entre disfraces, "trato o treta", calabazas y caramelos, el extraño habitante de la casa reserve alguna manifestación para aguar (o amenizar) la fiesta.

El psicólogo social Néstor Ganduglia no escapa al pensamiento generalizado de que Halloween, tal como se está usando en Uruguay y la región, no es más que un fenómeno de penetración cultural. "Capaz que en algún momento terminamos comiendo un pavo de Acción de Gracias", ironiza. Sin embargo, el investigador destaca el significado de esta festividad en sus orígenes.

"Las sociedades occidentales actuales somos las únicas culturas en el planeta que no dedican al menos un día para traer al mundo de los vivos a sus muertos más queridos. Apenas tenemos algún recuerdo de nuestros fallecidos, y si los hay se trata de una conexión pasada, jamás traída al presente", explica.

Halloween proviene de la festividad celta de Samhain, en la que los espíritus de los difuntos gozaban de una "autorización" para reunirse con sus descendientes. "Se le dedicaba toda la jornada a celebrar el reencuentro, se les contaba (a los fallecidos) los problemas actuales", agrega Ganduglia.

En contrapartida, dice este psicólogo social, el 2 de noviembre, Día de los Difuntos, "es un día de recuerdo, de homenaje; pero nunca un reencuentro".


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