CIUDAD DE MÉXICO, 15 diciembre 2011 (La Jornada).- Cuando era chavo cometí uno que otro robo sin violencia en un par de librerías. Pero no en Shakespeare & Co.
Shakespeare & Co. era la casa, el mundo y el corazón de George Whitman, y estaba abierta a todos. Siempre había en esa casita encantada y rancia un vaso de té para el errante, un libro para la extraviada, una colchoneta para el piojoso trotamundos, una historia bien contada para el que se asomaba a la vida. Y a París.
George Whitman frente a su libreria, verano de 1968. |
BE NOT INHOSPITABLE TO STRANGERS
LEST THEY BE ANGELS IN DISGUISE
LEST THEY BE ANGELS IN DISGUISE
Volví un par de veces en los años 80. Luego, en 2008, llevé a Clara a que conociera aquel sitio y desde antes de salir de México urdí una travesura.
Ya no encontramos a George Whitman. Sus nietas * preservaban meticulosamente aquel espacio entrañable. Me perdí por uno de los pasillos de aquel laberinto libresco, volteé a ambos lados para asegurarme de que nadie me observara, saqué de mi bolsa tres libros que me eran queridos y los incrusté con discreción en un entrepaño. Luego, busqué a Clara, que husmeaba en un espacio de volúmenes para niños, la tomé de la mano y la saqué de allí apresuradamente, con la certeza de haber consumado un antirrobo impecable.
Ayer, a los 98 años, George Whitman se murió. Un mucho quedará en este mundo de su hospitalidad, su generosidad y su bonhomía, de tanto que las contagió a diestra y siniestra. A estas horas, los encargados del Cielo no han de saber qué hacer con tantos libros.
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* Esa no me la sabía: en mi última visita vi a unas chavas en el mostrador y asumí que eran sus nietas. Pues no: era su hija Sylvia, probablemente con una amiga. Gracias a @AlbertoRuySánchez por la corrección.