jueves, 15 de diciembre de 2011

Imágenes de Georges Whitman y su "Shakespeare & Co". Muere a los 98 años.

CIUDAD DE MÉXICO, 15 diciembre 2011 (La Jornada).- Cuando era chavo cometí uno que otro robo sin violencia en un par de librerías. Pero no en Shakespeare & Co.

Shakespeare & Co. era la casa, el mundo y el corazón de George Whitman, y estaba abierta a todos. Siempre había en esa casita encantada y rancia un vaso de té para el errante, un libro para la extraviada, una colchoneta para el piojoso trotamundos, una historia bien contada para el que se asomaba a la vida. Y a París.

George Whitman frente a su libreria, verano de 1968.
George Whitman recibió a mi padre en 1968, cuando los gases lacrimógenos flotaban sobre el Sena. En 1973, sin conocer el antecedente, fui a pasear mi pubertad por la Rue de la Bûcherie, me topé con el local, me llamó la atención y entré. El patrón me ofreció su plática, su té y sus libros. Cuando le conté mi vida (que en ese entonces era más que breve), rápidamente ató cabos y me dijo, mientras me miraba fijamente con sus ojos azules y deslavados: “Hace unos años estuvo aquí un hombre...” Creo que tenía en la memoria a todos y cada uno de sus huéspedes desde 1951 en adelante. Era memorioso y su lema era:

BE NOT INHOSPITABLE TO STRANGERS 
LEST THEY BE ANGELS IN DISGUISE

Volví un par de veces en los años 80. Luego, en 2008, llevé a Clara a que conociera aquel sitio y desde antes de salir de México urdí una travesura.

Ya no encontramos a George Whitman. Sus nietas * preservaban meticulosamente aquel espacio entrañable. Me perdí por uno de los pasillos de aquel laberinto libresco, volteé a ambos lados para asegurarme de que nadie me observara, saqué de mi bolsa tres libros que me eran queridos y los incrusté con discreción en un entrepaño. Luego, busqué a Clara, que husmeaba en un espacio de volúmenes para niños, la tomé de la mano y la saqué de allí apresuradamente, con la certeza de haber consumado un antirrobo impecable.

Ayer, a los 98 años, George Whitman se murió. Un mucho quedará en este mundo de su hospitalidad, su generosidad y su bonhomía, de tanto que las contagió a diestra y siniestra. A estas horas, los encargados del Cielo no han de saber qué hacer con tantos libros.

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* Esa no me la sabía: en mi última visita vi a unas chavas en el mostrador y asumí que eran sus nietas. Pues no: era su hija Sylvia, probablemente con una amiga. Gracias a @AlbertoRuySánchez por la corrección.