viernes, 14 de septiembre de 2012

Trabajando en las alcantarillas de Ciudad de México




MÉXICO, 13 septiembre 2012 (EFE).- Hay buzos que sacan perlas o que descubren naufragios, pero el mexicano Julio César Cu Cámara lo lleva al extremo, al descender al oscuro mundo de las alcantarillas en el kilométrico drenaje usado por más de veinte millones de habitantes de la capital mexicana.
Julio César Cu Cámara, de 52 años, es actualmente el único de un equipo de buzos expertos en sumergirse en las aguas negras, un trabajo rodeado del olor fétido que surge de las alcantarillas.
Con un traje especial para temperaturas frías de tecnología noruega, una escafandra moderna, un cordón de 25 metros que le da oxígeno y comunicaciones, Cu Cámara repara y da mantenimiento a todo un acueducto de aguas residuales de cientos y cientos de kilómetros de esta urbe mexicana.
"Buzos que se metan en aguas negras, nada más soy yo en el mundo", sostiene este jefe de buzos del sistema de drenaje del Distrito Federal, para enseguida explicar los bemoles por los que no tiene rival.
"En un río contaminado el agua fluye y lo limpia, pero acá (drenaje) no; son aguas totalmente negras, desechos de millones de gentes, de fábricas que tiran su agua, son aguas cien por cien negras y el único en el mundo que, al parecer, lo hace, soy yo".
Su mundo laboral son las alcantarillas de la capital y también los llamados colectores, que se manejan mediante compuertas que, cada cierto tiempo, permiten aislar una parte del sistema para reparaciones mayores.
"A veces paramos el tráfico, para mí es igual meterme en una alcantarilla que en un río de aguas negras", apunta Cu Cámara sobre su historia, que le ha dado una cierta fama en los medios que suelen destacar títulos como "el trabajo que nadie quiere hacer", "no le digas a mi madre", o "la vida en la alcantarilla".
30 AÑOS BUCEANDO.
Apenas dejó la infancia, comenzó a bucear en un deportivo de la seguridad social mexicana y a los 16 años, después de varios cursos, abrazó la pasión que lo ha llevado a conocer las profundidades del mar de su país y su ciudad.
"Tengo casi 30 años como buzo del sistema de aguas, he trabajado en muchos lados, en Veracruz, en Cancún, en Isla del Carmen, entre otros lugares y desde los 16 años empecé; me enseñaron en una alberca", comenta en entrevista con Efe.
A este hombre de 52 años, el destino le cambió el día que su jefe supo de sus aficiones y lo invitó a cambiar el escritorio por el traje que viste cada vez que entra a ese caldo sucio, una media de cuatro veces al mes durante los últimos 29 años.
"En 1983 me ofrecieron este trabajo y lo acepté. Me pareció muy interesante, sobre todo por el equipo que usamos, que es totalmente diferente al de buceo normal, es un equipo industrial", recuerda.
Su primera reacción al enterarse del lugar de trabajo y de las condiciones de su actividad laboral fue levantar los brazos para decir ‘ya estoy aquí’.
"Cuando me dijeron que era bucear en aguas negras pensé ‘hay que trabajar’ . Me quedé y aquí estoy desde hace 29 años", comenta este buzo que llama la atención de la prensa de su país por la singularidad de su labor.
Reconocido experto de este ambiente poco sutil, Cu Cámara tiene su propia definición de las aguas en las que se mueve y también del equipo que lo aísla de la pestilencia, como una burbuja que lo mantiene completamente seco.
"Son aguas negras por el color, pero trae de todo, desechos químicos, desechos humanos, animales, todo lo que se usa con agua viene a terminar aquí", define con cierta inocencia que evita la palabra que muchos tienen en mente cuando miran por la alcantarilla.
LA NUEVA ESCAFANDRA.
Julio presume de su equipo, llevado de Noruega, donde se especializan en trajes resistentes a las bajas temperaturas y a la nueva escafandra, que exilió a los museos aquella antigua y pesada que se enroscaba como tuerca en tornillo.
"Son trajes noruegos. Es un equipo hermético, se usa en aguas frías y evita que tengamos contacto con la piel. La escafandra ya no es como la antigua que se enroscaba, ahora se sella de otra forma, tiene comunicación, podemos hablar y recibir instrucciones de la superficie".
El ritual comienza en una vagoneta al colocarse un neopreno antes del traje de buzo, al que se conecta el extremo de un cordón umbilical de unos 25 metros y que termina en un maletín donde se regula el paso del oxígeno y las comunicaciones.
El hecho de que, muy posiblemente, sea el único buzo en el mundo que se sumerge en este ambiente, lleva a Julio a hacer pocas recomendaciones para otros osados que quieren seguir.
"Es demasiado peligroso, es un trabajo peligroso. Vamos a empezar por el agua, toda la basura que trae, todos los desperdicios que se echan al drenaje, llámese un clavo, una grapa, un vidrio, todo nos puede cortar abajo", precisa Julio.
Este experto añade otra singularidad más a su singular profesión y es el hecho de que el sentido de la vista quede prácticamente inutilizado por la nula transparencia de estas aguas plagadas de sustancias y lodos.
"Para hacer este trabajo se tiene que tomar un curso para trabajar a ciegas, no vemos nada abajo, todo lo hacemos a ciegas, todo lo hacemos a tientas, el trabajar implica meter las manos y se corre el riesgo de cortarse", comenta.
En su equipo no hay lámparas de iluminación porque sostiene que "aunque lleve la luz más potente no penetra la oscuridad ya que el agua trae muchas partículas de basura y eso impide que la luz se proyecte. Todo lo que hacemos abajo es a ciegas", precisa.
El trabajo no es algo que Julio se lleve a su casa con su familia, su esposa y dos hijos, que si bien están enterados de lo que hace su padre, nunca lo han visto porque él ha preferido no llevarlos por el "mal olor" que se percibe antes de su inmersión.
"Afuera huele más y yo, como voy herméticamente cerrado, no percibo el olor", comenta Julio, quien dice disfrutar los aromas del campo, de los perfumes y del aroma de una buena comida.
El universo submarino en el que trabaja no es precisamente una caja de sorpresas, ni para los millones de habitantes de la capital que arrojan cualquier cosa al drenaje, ni para este buzo, aunque la percepción sí le parece diferente.
MÁS MUERTE QUE VIDA.
"No nos metemos a buscar tesoros los hacemos para trabajar y no sé qué nos podríamos encontrar, tal vez alguna que otra cosa, pero no vemos nada, no podemos buscar algo específico", afirma.
Pero el drenaje tiene sus sorpresas para todos y, aunque Julio César dice que no tiene su propio museo de los horrores descubiertos, si admite algunos hallazgos.
"Cadáveres si que nos hemos encontrado, también armas que tiran al drenaje. A veces estamos trabajando y llega un cadáver y lo tenemos que sacar o cuando ocurre un accidente, si alguien cae, nos llaman y lo sacamos", relata.
"Abajo hay más muerte que vida, hay animales muertos. Hemos llegado a encontrar caballos o marranos que no sabemos de dónde vienen porque las aguas negras llegan de ríos de la periferia".
Más allá de tesoros y sorpresas, la ciudad de México tiene bien definido el campo de labores del buzo, aunque más de una vez ha sido llamado de emergencia, como hace un par de años cuando se rompió el canal de aguas negras y se inundaron cientos de casas de la ciudad.
"Nuestro trabajo es de mantenimiento y de rescate de piezas de motores, que se desprenden y tenemos que bajar a sacarlas, para que siga el flujo; a veces la propela de las bombas se atora y sacarlas implica un trabajo de 15 días; el buzo lo hace en uno o dos", señala.
Una media de cuatro veces al mes por 29 años le suponen a Julio alrededor de 1.390 misiones en las profundidades, con lo que podría aspirar a un récord Guinness.
"Al mes estamos haciendo tres o cuatro inmersiones, si es necesario hacemos más", señala y añade con un toque de humor: "Voy a echar una nadadita y regreso".
Julio tiene presentes en todo momento los peligros de bucear como las descompresiones con lo que siempre lleva "las cosas en línea" con los protocolos y reglas internacionales para el buceo.
La experiencia y el conocimiento le han enseñado a Julio que el miedo es como las aguas sucias; la oscuridad, algo latente que ayuda a preservar la vida, pero que también puede ser derrotado bajo la superficie.
"El miedo siempre está latente, llevo 29 años pero siempre tengo miedo porque sé todo lo que puede pasar. Estoy capacitado para evitar cualquier eventualidad o solucionarla, pero el miedo siempre está presente. El buceo, aunque sea deportivo, siempre es peligroso, nosotros lo llevamos a este extremo y eso es doblemente peligroso", ataja el buzo.
El equipo de personas que lo acompañan, dos aprendices, su mano derecha en las comunicaciones, un ayudante y el operador de la grúa que lo clava en el lodo pestilente, es también el cordón del que depende para regresar.
"La gente en la superficie está lista para cualquier emergencia, y yo estoy preparado", cuenta Julio, para comentar que aún el simple hecho de cruzar una calle puede ser peligroso.
El futuro de Cu Cámara está en la superficie más que en las profundidades y, a un año de cumplir el tiempo de servicio señalado en sus condiciones de trabajo, se ha dedicado a entrenar a nuevos buzos a los que entregará la batuta y a quienes, por algún tiempo, cuidará durante sus inmersiones.
"Hay dos muchachos que estoy preparando para que hagan inmersiones en aguas negras. Llevo 29 años de servicio. No pienso retirarme, pero el tiempo no pasa en balde, entonces tal vez deje de bucear para que ellos buceen y los cuide de arriba”.
El buzo de las aguas negras de la ciudad de México, Julio César Cu Cámara, preparándose para entrar en el mar de lodo de las alcantarillas de la ciudad.