miércoles, 3 de septiembre de 2008

El Vagabundo de la Terminal C

MADRID, 3 septiembre 2008 (El País).- Un chico de mediana estatura, gruesa barba y rasgos exóticos, se sienta frente a una de las mesas del "Medas", el único restaurante que existe en la Terminal C del aeropuerto de El Prat. Abre una libreta grande y comienza a escribir con una letra minúscula que apenas se puede leer.

No es un vagabundo, aunque él se defina como tal cuando dice: "¿Qué podría ser sino? Me ducho y me lavo la ropa en la pica del lavabo. Sólo llevo encima un par de chanclas, un pantalón, una camisa y una toalla". Hace veintiséis días que duerme, come y vive en la Terminal y piensa pasar un total de noventa. Tiene sesenta y cuatro céntimos en el bolsillo y se alimenta de la generosidad de la gente. De él sólo sabemos que tiene veintiún años, aunque aparenta más, y que es catalán. Su identidad aún no la quiere desvelar porque su plan se echaría a perder. Un plan que parece trazado por un loco o un genio o un fanático, pero no por un chico que acaba de superar la mayoría de edad. Los motivos que esconde son dos. En primer lugar y probablemente la explicación más razonable, cuenta que ha venido a escribir un libro sobre las relaciones que se cuecen entre personal y usuarios, empresas y clientes, para encontrar los fallos en el funcionamiento del aeropuerto. Fallos del tipo "la gente se queja constantemente por las largas colas que se forman de buena mañana en el mostrador de Vueling" o "los taxistas no están contentos porque dicen que este año ha habido poco movimiento."

Si dispones de toda una tarde para conversar con él descubres que el verdadero motivo que le ha arrastrado a cometer tal locura es su gula por la fama pues cree que toda esta experiencia le dará más puntos para pasar el casting de Gran Hermano. "Milà seguro que me querrá en su programa, ¡le subiría la audiencia!", asegura con orgullo.

Vivió todo el caos del accidente de Spanair aunque admite que no entorpeció demasiado en la vida de la Terminal. Y la gloriosa llegada de los olímpicos. "¡Conocí a los familiares de Gervasio Defer!", exclama exaltado. Ha adaptado su rutina a la del restaurante donde pasa la mayor parte del tiempo. Se levanta a las cinco de la mañana y se va a la cama a las doce de la noche. "Duermo en este misma mesa, apoyando mi cabeza sobre una toalla." Explica que el mejor momento del aeropuerto es durante la noche, cuando jóvenes que esperan su vuelo matinal improvisan juergas nocturnas a ritmo de guitarra y borrachera para pasar el tiempo.

Tras 64 días desvelará su identidad y mostrará al mundo su libro. Mientras lee alguno de sus párrafos pregunta insistentemente: "¿crees que es bueno?". Sus padres viven engañados creyéndose que está en Valladolid de vacaciones. Confiesa que nunca ha tenido amigos aunque aquí ha conocido a 103 personas. "Guardo todas las direcciones porque me considero un coleccionista de gente. ¿Quieres conocer alguna anécdota?" Hace unos días sintió su primer flechazo. Se enamoró de una chica estudiante de medicina que conversaba con su abuela. "Eres más bonita que Verónica de Operación Triunfo", fueron las primeras palabras que le dedicó.

De pronto se calla y señala hacia una de las esquinas del techo. "Fíjate en esas cámaras de ahí. Nos graban las veinticuatro horas del día. "A veces siento que estoy dentro de un programa viviendo un reality. Es lo que más me gusta de este lugar." Y es que, este singular personaje, aunque se disfrace de anónimo durante noventa días esta desesperado por conseguir algo de protagonismo.