LONDRES, 9 octubre 2008 (BBC).- Ammon Shea se pasó un año leyendo el diccionario de inglés Oxford -20 volúmenes, 21.370 páginas y 59 millones de palabras- y considera que leer un diccionario es tan enriquecedor como leer una novela. ¿Por qué?
Prepararse para hablar con un hombre que lee diccionarios para divertirse despierta un complejo de inseguridad por el propio vocabulario y temores de que cualquier palabra que él pronuncie sonará como una dolorosa condición médica.
Pero gracias al hecho de que Ammon Shea cree que las palabras largas no hace más que obstaculizar las conversaciones, no hay necesidad de consultar ningún diccionario cuando explica su excéntrico hobby.
"No estoy en contra del uso de palabras largas, elaboradas o crípticas per se. Obviamente, las amo, pero me resisto a usarlas sólo por usarlas. Uno usa las palabras como herramientas para comunicarse con personas y por eso no tiene sentido usar, intencionalmente, una palabra que nadie más conoce", afirma Shea.
Shea, un ex empleado de una empresa de mudanzas de Nueva York, pasó 12 meses conquistando lo que él describe como el Everest de los diccionarios, el Oxford English Dictionary (OED), abriéndose camino entre los 20 volúmenes que pesan un total de 62,14 kilogramos.
En el proceso, devoró palabras durante ocho y diez horas diarias, lo que le causó dolores de cabeza, daños a la vista y heridas en su espalda y cuello.
Entonces, ¿por qué hacerlo?
"Siempre he disfrutado de leer diccionarios y son mucho más interesantes de lo que la gente cree. Y creo que todo lo que uno encuentra en un gran libro lo puede encontrar en un diccionario, excepto por el argumento. Todas los sentimientos normales -dolor, felicidad, pérdida- existen en un diccionario pero no necesariamente en el orden que uno espera".
Algunas palabras complejas, sin embargo, son menos útiles que otras.
"No es fácil usarlas en una conversación y por eso las disfruto por sí mismas. Son como poemas de una palabra".
Pasar páginas y páginas de palabras poco conocidas en el inglés común le hacía sentir a Shea que estaba leyendo otro idioma. Esto, a veces, era lo desanimaba, aunque también le fascinaba, porque le demostraba la riqueza del idioma inglés.
Lo curioso es que absorber tanta información le hizo perder el control sobre su vocabulario normal. Por ejemplo, Shea recuerda el momento en el que le encantó leer la definición de la palabra glove (guante) antes de darse cuenta que era una palabra que ya conocía.
"Eso pasaba a menudo. Creo que me dio un enorme vocabulario inútil y en el corto plazo perdí mi vocabulario normal. A veces iba de compras y me olvidaba de la palabra 'milk' (leche)... Sólo podía pensar en la cosa blanca, fría".
Shea no está solo en su amor por los diccionarios. El poeta y dramaturgo estadounidense W.H. Auden se entusiasmó con ellos y también hay fanáticos de los diccionarios entre los jugadores de Scrabble y las personas que hacen crucigramas, dice Elaine Higgleton, directora editorial de Collins Dictionaries.
"Hay mucha gente interesada (...) Un estudiante en Irak estaba intentando aprender inglés y se sentó a memorizar todas las palabras del diccionario, comenzando por la A y avanzando por el resto del libro- Quizás no es la mejor manera de aprender inglés, porque uno aprendería mucha más palabras de las necesarias".
Los diccionarios, además, son una muy buena fuente de aprendizaje sobre el origen griego y latino del idioma inglés, añade Higgleton.
Pero para alguien que lee diccionarios todo el día, ¿cuánto de esos millones de definiciones han quedado en su cabeza?
Cuando se le pregunta por la definición de 10 palabras bastante complicadas elegidas al azar, Shea responde correctamente en cinco casos.
Esa es una proporción de éxito mucho mayor de lo que muchos otros anglohablantes lograrían después de leer 59 millones de palabras.