sábado, 10 de abril de 2010

«Llegué a ver a 20 clientes en un día. Siempre tenía que estar lista»



MADRID, 10 abril 2010 (La Razón).- Un ejemplo de que las mujeres explotadas pueden salir adelante es el de María (nombre figurado), una joven brasileña que fue obligada a prostituirse y, tras sufrir un auténtico calvario, ha logrado rehacer su vida. María, de 33 años, llegó a Madrid con la maleta llena de sueños.

Separada y con dos hijos, aterrizó en Barajas con la esperanza de encontrar un trabajo que le permitiera, algún día, volver a reunirse con su familia. Después de trabajar en una peluquería y en el servicio doméstico se quedó sin empleo. En los servicios sociales contactó con una persona que le ofreció un trabajo para cuidar a personas mayores.

Nada más lejos de la realidad. «Cuando llegué a la casa nada de lo que me habían prometido se cumplió. Allí había quince mujeres semidesnudas con una proxeneta, su marido y un brujo. Rompí a llorar, me quería ir». Le dijeron que si se quedaba podía ganar mucho dinero, pero María quería marcharse. Le ofrecieron un vaso de agua y fue su perdición. Despertó tres días después en un piso con grandes medidas de seguridad. «Me quitaron los papeles, las fotos de mis hijos y una agenda con los contactos de toda mi familia. O trabajaba para ellos o les iban a hacer daño». Pasó dos años allí: «Me levantaban a cualquier hora.

Tenía que estar preparada, con tacones y maquillada. Llegué a hacer 20 servicios en un sólo día». El proceso de destrucción personal se aceleraba con cada cliente y cayó en una espiral peligrosa: «Comencé a drogarme a petición de los clientes y no me podía negar porque la proxeneta ganaba más dinero si consumíamos».

María estaba sola y sin recursos. «Todo el dinero se lo quedaban. En dos años sólo me dieron 300 euros». «Un día nos rebelamos por nuestra situación. Teníamos que pagar una fianza para poder irnos, pero la aumentaban cada vez que nos negábamos a hacer algo. Para que volviéramos a trabajar, nos daban palizas y nos encerraban a oscuras durante días». Durante un encuentro con un cliente, se rompió el preservativo y María se quedó embarazada. El matrimonio de proxenetas se encargó del aborto y comenzó a tener problemas de salud. No podía trabajar.

Un día, los explotadores «simularon su propia detención y huyeron. Nosotras salimos corriendo. Pasé tres días en un parque. Tenía que comer y busqué trabajo en otro club, donde contacté con la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida (Apramp) y me dieron un lugar para dormir. Ahora trabajo con ellos y ayudo a otras prostitutas».

Lo más difícil para estas mujeres es lograr seguir adelante. María lo ha hecho. No ha podido superarlo, nunca lo hará, pero ha logrado convivir con ello. Ahora, vuelve a soñar con reunirse en España con sus dos hijos.