miércoles, 15 de septiembre de 2010

Cómo hacíamos teatro hace 200 años

CIUDAD DE MÉXICO, 15 septiembre 2010 (Madrigal y Quijano | El Universal).- Al calce, el sello dice: “Habilitado por el Imperio Mexicano para el año 1821, primero de su Independencia”. Asunto: Remate del Teatro del Coliseo de Comedias. Exposición: Se ofrecen por el foro y todos sus enseres (por el estado en que se halla que es bien decadente) 5 mil pesos al término del año cómico que comenzará el día de Pascua y termina el día último de carnaval.

Esta acta, conservada en el Archivo Histórico del Distrito Federal “Carlos de Sigüenza y Góngora”, es el documento más antiguo que da cuenta de la actividad teatral en el México independiente. El Teatro Coliseo fue durante el virreinato, y hasta mediados del siglo XIX, el único foro formal para realizar montajes escénicos.

Miguel Ángel Vásquez Meléndez, del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Teatral Rodolfo Usigli, narra las condiciones en que se hacía ese teatro: “Había un censor que revisaba obras. En 1790, época del virrey Revillagigedo, se presentó México rebelado, en la que Cuauhtémoc muere y luego ocurre un levantamiento indígena. La obra se presentó una vez. El público protestó y el censor pidió cambiar el texto porque hablaba mal de la Conquista y de Hernán Cortés, y eso podía crear disturbios”.

Así sucedió, a la obra se le cambió el título y se le presentó como México conquistado, de la que quedan fragmentos.

Durante la Guerra de Independencia, el Coliseo fue manejado por el empresario Mariano de la Rosa. En un acta del Ayuntamiento, fechada en 1814 y todavía con el sello “Fernando VII. Dos reales”, Mariano de la Rosa solicitó aumentar el precio de los boletos para montar un drama, cuya producción era más cara que las usuales comedias de sombras chinescas. El Ayuntamiento negó el permiso.

Durante todo el siglo XIX el teatro era estrictamente vigilado por el gobierno, pues se le consideraba un lugar propicio para la inmoralidad y el libertinaje. Un acta del Imperio Mexicano (1821) decretaba: “Todo actor que exija más sueldo, no podrá presentarse en otro teatro del Imperio y será llevado a la corte”.

El investigador Vásquez Meléndez señala que durante la Colonia “las obras tenían que ser siempre a favor de la Corona; no se abordaban temas políticos, y el teatro dependía del Virrey, había un juez que vigilaba las funciones teatrales”.

Ya como país independiente, esa rigidez normativa se mantuvo. En 1825, un empresario se presentó ante el Ayuntamiento para solicitar “que se permita a la concurrencia de ambos sexos en las bancas del patio”. Esta exigencia de separar al público masculino del femenino se mantuvo hasta mediados del siglo.

Todavía en 1843, un comité ciudadano levantó un acta para pedir que “en el Teatro Nuevo México se divida la galería alta en dos departamentos, uno para mujeres y otro para hombres”.

Pero si el teatro estaba regido por “las buenas costumbres” que restringían la presencia de mujeres, el espectáculo de los gallos era la máxima expresión de la diversión en el siglo XIX. Francis Calderón de la Barca escribió en sus crónicas de viajero: “Fuimos a los gallos a eso de las tres de la tarde. Los palcos ocupados por las damas parecían un jardín lleno de flores. Mientras los gallos cantaban, cruzábanse las apuestas y hasta las mujeres se entregaban a la influencia de la escena”.

En el transcurso del México independiente, el teatro desarrolló al mismo tiempo el teatro político y el de inversionistas privados que montaban obras de autores extranjeros, casi siempre comedias.

De cualquier manera, si se buscara una frase que resumiera el entretenimiento en el siglo XIX, sería la que escribió Franz Mayer en México, lo que fue y lo que es: “Cuando llegué a México me dijeron que, de no quedarme aquí por algún tiempo, perdería probablemente las tres grandes diversiones mexicanas: una revolución, un terremoto y una corrida de toros”.

Entre pulgas y una revolución

El programa no tiene desperdicio. Se compone de cinco actos: 1. Cabalgata de cochecitos tirados por pulgas; 2. Jak y Fritz, pulgas malabaristas; 3. Fred y Henrich, pulgas equilibristas; 4. Jacob y Willie, pulgas gimnastas; 5. Gran baile de pulgas en traje de carácter. La entrada es general y cuesta 10 centavos (a diferencia de la ópera que cuesta cinco pesos). Todos los actos son notables, se aprecian a simple vista. Por si fuera poco, no hay peligro de que deserte una de nuestras artistas.



Así se anuciaba el Gran Circo de Pulgas al comienzo del siglo XX.

Pero en el otro extremo del entretenimiento, los teatros formales en la capital sumaban ya 11. Los viejos foros habían desaparecido con el nuevo siglo.

La modernidad llegó con la desaparición del Gran Teatro Nacional, que fue derrumbado para ampliar la calle 5 de mayo. En su lugar se construyó junto a la Alameda el Nuevo Teatro Nacional, hoy llamado Palacio de Bellas Artes.

La actividad teatral era vasta y se componía básicamente de ópera (sobre todo a principios del siglo XX bajo el auspicio de Porfirio Díaz), y las zarzuelas y operetas. En este último género, Esperanza Iris fue conocida como la reina de la opereta; luego se volvió empresaria y compró un teatro, el cual fue inaugurado el 25 de mayo de 1918 con el nombre “Esperanza Iris”. Un documento del Archivo del Distrito Federal consigna que Esperanza Iris compró el local en 224 mil pesos.

Pero más allá de la diversión culta e intelectual, “las chusmas” (como se le llamaba despectivamente a un amplio sector de pobres) tuvieron su propia expresión teatral que se puede dibujar como una línea que atraviesa los siglos XIX y XX: las carpas. Ahí se presentaban los circos de pulgas, los títeres, los acróbatas. El cronista Manuel González Ramírez lo describe así: “La carpa está hecha a imagen semejanza del pueblo de México. Es pobre. Se conforma con estar en cuaqluier lugar. Gusta mucho de cerrar el paso de las calles. Y de hacer ruido”.

Y junto con la Revolución, México vio la llegada del cinematógrafo. El cartel más antiguo conservado hasta hoy en el Archivo del Distrito Federal es el del programa “Exito Powell; el campeón de la magia”, en el Cine Alameda. Tiene fecha del lunes 6 de enero de 1913 y anuncia que “Señoras y señoritas entran gratis”.

Los tiempos en que las mujeres tenían restricciones para divertirse estaban ya lejos. A 100 años, para ser precisos.