miércoles, 10 de agosto de 2011

El taxímetro cumple 100 años

CIUDAD DE MÉXICO, 10 agosto 2011 (El Universal).- El martes 10 de agosto de 1911, la Inspección de Coches y Bicicletas anunció en los diarios la implantación del curioso dispositivo mecánico. El banderazo sería de 20 centavos. Cada 200 metros, un timbre anunciaba que otros cinco centavos se habían añadido a la tarifa

Hoy se cumple un siglo desde aquella mañana de martes en la que los capitalinos quedamos condenados a oír y repetir, de la cuna a la tumba:
--¿Cuánto por la dejada?
--Lo que marque el taxímetro.

Si la vida urbana es el intercambio de un sistema de signos que, de tan característicos, se vuelven cabalísticos, entonces un buen trozo de nuestra vida cotidiana comenzó el 10 de agosto de 1911, cuando el país era gobernado por el presidente interino Francisco León de la Barra.


Aún estaba fresca la caída de Porfirio Díaz. El desbarajuste administrativo que siguió a la salida del dictador había sido aprovechado por el gremio de los choferes, quienes --protestaba la prensa--, "se están dejando cobrar hasta un peso por el servicio".
Aquel martes 10 de agosto se tomó la medida, impopular, de llevarlos al orden. La invención del taxímetro había sido recibida en Alemania con el siguiente performance: los choferes hicieron una marcha de protesta y arrojaron el invento a las aguas del Spree. No lograron, sin embargo, borrarlo de la faz de la Tierra: en 1907, un norteamericano, Harry Hallen, se enriqueció montando el primer servicio de autotaxímetros que hubo en Estados Unidos.
Aquella cajita contadora de tiempos y distancias resultó una maravilla: aliviaba tensiones innecesarias, resolvía el conflicto cotidiano que generaba el hecho de que los choferes cobraran "al tanteo". Todas las ciudades del mundo quisieron tener una.
A México le tocó el turno en 1911. Ese martes, la Inspección de Coches y Bicicletas anunció en los diarios la implantación del curioso dispositivo mecánico. El banderazo sería de 20 centavos. Cada 200 metros, un timbre anunciaba que otros cinco centavos se habían añadido a la tarifa.
La cosa se hizo científicamente. El encargado de la Inspección, Miguel Serrano, realizó recorridos que le hicieron constatar la exactitud con que funcionaba el aparato. Ir de la estatua de Carlos IV a la glorieta de Cuauhtémoc, costaba 30 centavos; trasladarse de la calle de Gante a la Estación Colonia, 50; viajar del centro a la plaza de toros de la Condesa, un peso.
El clásico afirma que a cada cosa, un problema: la gente no tardó en quejarse porque el constante sonido del timbre era una amenaza para los nervios y un ataque directo contra la cartera. A cada timbrazo, uno tenía la impresión de que le estaban quitando algo.

Bienvenidos a la vida moderna.

La relación entre la ciudad y sus taxis había sido, hasta entonces, bastante enloquecida. El 17 de julio de 1742, el periodista Manuel Antonio de Valdés pidió permiso de establecer un sitio de coches a un costado del palacio virreinal. Se trataba de ocho carromatos que tenían en su interior un abultado reloj (bisabuelo del taxímetro) que dejaba saber a los pasajeros cuánto había durado su viaje. El carruaje se alquilaba por cuatro reales la hora.
Nada cambia jamás: aquellos relojes se atrasaban, o caminaban deprisa, y algunos de plano superaban incluso a los relojes más rápidos de la ciudad. Las quejas llovían sobre el Ayuntamiento.
Nada cambia nunca: los choferes fueron acusados de hacer insoportable la vida urbana. O fustigaban excesivamente a las mulas (es decir, metían a fondo el acelerador), o se estacionaban a mitad de la calle (es decir, inauguraban la segunda fila), o arrimaban los coches a la pared, impidiendo el paso de los caminantes (había llegado la era de los congestionamientos).
Algunos otros hacían competencias, "o adelantamientos a porfía". Para contener a los infractores, el virrey impuso penas de hasta 200 azotes, castigo que hoy no resulta nada desdeñable.
Salvador Novo demostró que las palabras taxímetro, ruletear y banderazo se habían incorporado en cadena al lenguaje urbano.
Hoy cumplimos un siglo de decirlas. Carece de sentido, pero de todos modos iré a la calle. Voy a realizar un ritual secreto.

--¿Cuánto por la dejada?
--Lo que marque el taxímetro.

Imagen: apolorama.com