martes, 20 de julio de 2010

Una Mata Hari espió a funcionario de Edomex por caso Paulette

MÉXICO, 20 julio 2010 (El Universal/Salvador Frausto Crotte).- Luego de que encontraron el cadáver de Paulette, Amanda de la Rosa se reunió con sus abogadas. “Al parecer estuviste, al menos 20 horas en el mismo metro cuadrado donde se encontró el cuerpo de Paulette. Tu situación legal es más complicada de lo que imaginábamos”, le explicó Bárbara Castro, abogada penalista que, junto con Ana Katiria Suárez Castro, llevaron la defensa legal de la mujer que durmió tres días en la  cama de la niña, y amiga de Lizette Farah Farra, mamá de la pequeña de cuatro años.
Amanda llamó de inmediato a “un buen amigo que trabaja en el gobierno del Estado de México”, quien le dijo que estaba muy preocupado por ella y le advirtió que los teléfonos de ambos estaban intervenidos. “Lo único que te puedo decir es que te consigas un buen abogado. Adiós”. Y le colgó.
La abogada Ana Katiria sugirió “hacer contraespionaje y mandó una Mata Hari a alguna de las autoridades”, relata Amanda en ¿Dónde está Paulette? Crónica de una testigo, libro que acaba de comenzar a circular en librerías del país.
–¿Cómo fue que le pusieron una Mata Hari al funcionario del Estado de México? -le pregunto a Amanda en una entrevista realizada en las instalaciones de Editorial Océano.
–Pues es que estábamos en guerra. En esos días vi cerca la posibilidad de irme 50 años a la cárcel, y era una posibilidad real. Había judiciales afuera de mi casa. Yo prendía las noticias y decían que me estaban buscando. Estábamos en guerra, y lo que fuera era bueno, y mi abogada Katiria dijo: ‘vamos a ver cómo le hacemos para usar artimañas femeninas, artimañas milenaria efectivas’. Y pues así fue. Ella fue la que organizó, que conocía a tal y tal y tal, y efectivamente funcionó. El cuate al que le mandamos la chica, habló”.
Gracias a esa información, las abogadas de Amanda supieron que las autoridades mexiquenses habían solicitado la colaboración del gobierno de Veracruz para hacer un cateo en la casa de campo que tiene la familia De la Rosa en Xalapa. También se enteraron de que la policía iba a buscar al ex esposo de Amanda.
La autora del libro se preocupó porque cinco meses antes había estado en la residencia de Xalapa con familia de Lizette: su esposo Mauricio y las dos niñas. “¿Y si se le olvidaron unos calcetines a Paulette”, pensó angustiada.
Amigas distanciadas
Unos días antes de la desaparición de la pequeña, Amanda viajó con Lizette al Fraccionamiento Pedregal, en Cabo San Lucas, donde se reunieron con seis o siete amigos, todos casados, excepto el “VTP”. “Eran judíos y se dedicaban al negocio de los textiles: uno tenía la fábrica, el otro distribuía las telas; un tercero era dueño de la tienda, y así”, cuenta De la Rosa. “El ‘VTP’ trataba muy bien a Lizette. Era uno de los muchos hombres que había perdido la cabeza por ella, y eso que tenía menos de un mes de conocerla. Desde que éramos adolescentes, me tocó ver a docenas de individuos enamorarse de Lizette, quien ejercía un poder muy fuerte sobre ellos”, cuenta.
En Cabo San Lucas, Lizette le contó a Amanda que varios hombres le habían pedido que dejara a su esposo, que la recibirían con todo y sus hijas. Que le ofrecían propiedades, joyas, pero que ella no quería dejar a “su gordito” porque era “un tipazo”, que “lo adoraba” y que “se llevaban muy bien”.
Ya iniciada la investigación, Amanda terminaría confesando a la policía mexiquense que habían hecho ese viaje ocultándole a Mauricio que serían acompañadas por varios hombres, lo cual abriría un frente de ruptura entre las amigas, que se conocían desde la primaria.
La voz de Amanda se quiebra cuando relata que hace unos días se reunió con Lizette. “Yo no sabía si me iba a pegar, si me iba a gritar, yo no sabía qué me iba a encontrar. Con lo que me encontré fue con que fue súper linda conmigo, divina conmigo. Me abrazó, me dijo que me quería mucho y yo también. Nos encerramos como cinco horas a platicar, y pues pasaron cosas muy fuertes entre nosotras. La sigo queriendo pero sí, estamos distanciadas, pero creo que con el tiempo vamos a volver a retomar nuestra amistad; pero por el momento las dos necesitamos digerir lo que vivimos”.
Lizette ya conoce el libro. Le dijo que contó con mucha precisión lo que realmente ocurrió, aunque no está de acuerdo en que haya revelado ciertas cosas. Amanda dice que el 100% de lo escrito es verdad. “No hay una sola mentira en el libro”, asegura.
Los perros sí ladraron
Amanda de la Rosa viste un impecable conjunto beige, medias negras y una mascada. Las uñas vienen de azul; los anillos, vistosos. Luce segura durante la entrevista con KIOSKO. No parece dudar cuando cuenta que está convencida de que el cuerpo inerte de Paulette estuvo nueve días en un agujero de la cama en la que ella durmió tres días. No olió nada, no sintió ninguna vibra extraña. Considera que las autoridades del Estado de México, a fin de cuentas, hicieron bien su trabajo, aunque admite que al inicio de las investigaciones iban por mal camino. “Pero fue por culpa de la psicóloga esa que trataba de inculpar a Lizette, pero luego corrigieron para no fabricar culpables”, dice.
“Y al final de cuentas, te juro, y esto es muy importante: mis respetos a las autoridades, de verdad. Para ellos lo más fácil era fabricar un culpable y sacarlo a la luz. Fabricar un culpable y ya, el pueblo hubiera dicho ‘bravo’, cómo se decía en otras épocas. Sin embargo, prefirieron tragarse su orgullito, reconocer que habían cometido errores, y no metieron a inocentes a la cárcel”, opina.
No obstante, en el libro siembra semillas que parecerían apuntar hacia lo contrario. Relata, por ejemplo, que en algún momento le preguntó a Lizette si había buscado debajo de la cama y que su amiga le respondió: “Sí, también, varias veces”. También refiere que “los policías quitaron un sábana de la cama de Paulette. No la destendieron, sólo zafaron la sábana. Se la dieron a oler a los perros y fueron departamento por departamento a tratar de localizar a la niña”.
De la Rosa destaca que la primera noche que durmió ahí advirtió que faltaba una de las sábanas, pero que no buscó un por qué ante tal anomalía.
“Las principales sospechosas ante nuestros ojos eran las nanas: las hermanas Erika y Martha Casimiro. Pensábamos que alguna de ellas pudo haber sacado a la nena y entregársela a alguien con quien podría estar en contubernio, pero Lizette las defendía, confiaba en ellas”, dice. “Erika dijo que cuando entró a la recámara vio la cama sin destender, lo que nos daba a pensar que alguien había sacado a la niña cuidadosamente. Lo único que podíamos hacer era esperar a que llamaran por teléfono para pedir rescate” añade Amanda.
También le pareció raro que no cambiaran las sábanas el jueves posterior a la desaparición de la niña. Todos los jueves lo hacían. Quizá vieron el cuerpo ese día y optaron por no decirlo para no verse involucradas, especula. Amanda está convencida que la mala impresión que sobre Lizette tuvieron las autoridades mexiquenses se originó luego de que declararan las nanas, quienes la pintaron como una mamá desapegada a sus hijas, lo cual, dice De la Rosa, no es cierto.
La autora del libro llegó a ver hasta 150 personas en el edificio buscando a Paulette, además de perros entrenados quienes, por cierto, sí ladraron en el cuarto de la niña, pero las autoridades no prestaron atención, dice, porque era obvio que ahí estuviera el olor de la Paulette.
Ella, por su parte, nunca destendió por completo la cama. Por las mañanas sólo las estiraba, cuenta.
Amanda ahora está convencida de que Paulette siempre estuvo en el cuarto. Con la mirada fija en el entrevistador, dice: “Nada más lo recuerdo y empiezo a sudar. Mira, yo creo que fue un caso atípico por dónde lo veas. Todo lo que sucedió fue extrañísimo, te diría que un caso en un millón o un caso en cien millones. Es un caso muy raro, y pues yo ¿qué te puedo decir? Pues yo nunca vi nada, yo no sentí nada, no oí nada, no sentí mala vibra, no soñé nada extraño, no, no, no”.
A centímetros de Paulette
La autora del libro es egresada de la Universidad Iberoamericana, donde estudió la licenciatura en Comunicación, con especialización en Letras.
Ha escrito guiones para programas de televisión y redactado textos periodísticos para varias revistas, por lo cual no le resultó difícil llevar una bitácora de lo que vivió durante los dos meses que duró el infierno del caso Paulette, ni escribir posteriormente el libro, el cual está narrado de manera ágil y amena, como un thriller en el que dos grandes amigas se ven envueltas en una tragedia llena de contradicciones y situaciones extremas. “Lo que vivimos le pudo haber pasado a cualquier ciudadano”, dice.
Amanda de la Rosa fue quien diseñó la campaña de comunicación en redes sociales, que en pocos días atrajo la atención de millones de personas, y asesoró a la familia para captar la atención de los medios de  comunicación.
En ese sentido, la labor de Amanda de la Rosa fue todo un éxito, pues el caso Paulette es quizá el asunto mediático más sonoro de los últimos años.
De la Rosa también revela que en medio de la investigación, Mauricio y su familia comenzaron a desconfiar de la inocencia de Lizette. Que tuvieron fuertes discusiones en esos días y que su amiga llegó a sufrir agresiones, incluso físicas, asegura la autora del libro.
Ella aún no puede dormir bien, mira debajo de la cama. Los ojos de Amanda se humedecen, sus manos tiemblan. “Todo fue muy escabroso, escabroso y macabro, y se me enchina el cuero nada más de pensar que mis pies rozaron a Paulette, y que tal vez estuve a centímetros de ella. Y no fue un ratito: fueron tres noches”, dice antes de llevarse la taza de té a los labios.

Fotografía: Superior - Amanda de la Rosa (David Jaramillo / El Universal); Inferior - Volante distrubuido duarnte la búsqueda de la niña.


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