sábado, 3 de septiembre de 2011

Pornografía y propaganda en la Segunda Guerra Mundial

CIUDAD DE MÉXICO, 3 septiembre 2011 (PijamaSurf).- Oponiendo al horror de la guerra el placer del sexo, los artífices de la propaganda bélica en la Segunda Guerra Mundial intentaron provocar una deserción masiva del enemigo tentándolo con los placeres mundanos que otros sí disfrutaban.

Los caballeros las prefieren rubias… pero a las rubias no les gustan los lisiados, Febrero de 1945






En medio del horror de la Segunda Guerra Mundial, de los campos de concentración y las cámaras de gas, de los casi 60 millones de muertos, del infierno atómico y de tantas y tantas indecibles atrocidades, hubo un detalle quizá no gracioso en sí mismo, pero que fue recibido con humor y como distracción por los soldados del frente: postales que confrontaban el sexo con la guerra, intentando desmoralizar al oponente, invitándolo a desertar y huir en pos de los placeres de la vida.

Las imágenes las imprimieron por miles tanto las potencias del Eje como los Aliados y su distribución se realizaba por medios aéreos: aviones que sobrevolaban los campamentos enemigos pero que en vez de bombas o algún otro explosivo lanzaban sus pornográficos afiches, con la esperanza de que una sola de estas sensuales fotografías y caricaturas tocara la fibra libidinal de la tropa hasta diezmarla.

El fundamento de la propaganda es simple: la dualidad antagónica entre muerte y vida, personificadas la primera en la guerra y sus horrores y la segunda en las mujeres y el placer carnal que con ellas se alcanza. La guerra como el escenario más real de la oposición entre Eros y Tanatos, el principio vital y el de destrucción, el placer y la muerte. ¿Por qué mantenerse en una guerra donde se corre el grave peligro de morir, donde se sufren carencias y tormentos, si no muy lejos de ahí —en el hogar o en el poblado nativo, el cabaret o la casa de citas— al menos una mujer espera al hombre con los brazos abiertos, facilitándole la llave del goce y el alivio de las penas?



Esta serie que toma como modelo la popular revista Life la diseñaron los alemanes en 1944. En el anverso, una mujer atractiva, sonriente y bien torneada, que mira a los ojos del espectador mientras presume sus miembros. En el reverso, la ominosa calavera de, se presume por el casco, un soldado muerto en el frente. Además, cada imagen llevaba una fecha, como si se tratara de un número real de Life: Noviembre de 1944; pero para Death, “Doomsday 1944? [Día del Juicio, 1944].

Un juego similar, también salido de los talleres de impresión nazis, es el de un tríptico que parte de la proposición “Dos maneras de pasar la guerra”. La respuesta pretendidamente honorable, “Luchando”. Pero a esta sigue una duda expresada con una interrogación suspensiva. “¿Y?”. Porque en el fondo todo soldado sabe que podría no estar ahí donde se encuentra, que podría cambiar el campamento y la trinchera por otros escenarios y batallas de muy distinto tipo, por ejemplo, la que se libra en el lecho amoroso:





Otro motivo recurrente y un tanto previsible fue despertar los celos del amante distanciado, introduciendo en algunos sutiles variaciones. Esta, con el mensaje “Mientras estabas lejos”, en su límpida sencillez bastaría para perturbar una mente simple e insegura, para manipularlo al grado de que dejara todo y corriera a cerciorarse de los actos de su amante:


La siguiente, por el contrario, es mucho más elaborada. A la posible celotipia del soldado añade una historia subyacente —la de la conquista paulatina y acaso inevitable de su mujer por otro hombre, como resultado de los días que el prometido pasa en el frente—, casi como una prototípica fotonovela, breve y sintética. Y también aprovecha el espacio y la oportunidad para pegar por otro costado, el del antisemitismo. En La chica que dejaste atrás la mujer del soldado resulta conquistada por un judío, el opulento Sam Levy, quien no solo desoyó el llamado a defender la patria del enemigo, sino que cada día se enriquece más a costa de los contratos de guerra que obtiene. Una suma de estereotipos que sin embargo, por esa misma razón, por simplificar la realidad hasta los trazos de una caricatura, son fácilmente asimilables por cualquiera.


Pero, como decíamos al principio, el efecto inicialmente calculado de estos mensajes fue nulo. Al parecer casi todos los soldados tomaron a broma las postales. Los más curiosos, con espíritu coleccionista, conservaron algunas en su calidad de extravagante souvenir bélico. Muchos otros les reservaron un destino menos honroso, utilizándolas como papel higiénico. Y quién sabe, quizá propaganda como esta no merecería un mejor fin.